Carta de Ivanov al camarada Stalin

Al Camarada Stalin
de parte de Ivanov, propagandista
titular del Comité de Sector de la
Juventud Comunista Leninista de la URSS
en Manturov (región de Kursk).

Estimado camarada Stalin,

Le ruego encarecidamente de aclararme la siguiente cuestión:

Aquí donde me encuentro, así como en el Comité regional de la Juventud Comunista, existen dos maneras de concebir la victoria definitiva del socialismo en nuestro país, o más bien se confunde el primer grupo de contradicciones con el segundo. En las obras de usted sobre el destino del socialismo en la Unión Soviética se habla de dos grupos de contradicciones: las internas y las externas.

En cuanto al primer grupo de contradicciones está claro que las hemos resuelto: el socialismo en el interior del país ha triunfado.

Quisiera tener una respuesta acerca del segundo grupo de contradicciones, es decir, las que existen entre el país del socialismo y los países capitalistas. Usted señala que la victoria definitiva del socialismo significa la solución de las contradicciones externas, la completa garantía contra la intervención, y por consecuencia, contra la instauración del capitalismo. Sin embargo, este grupo de contradicciones puede ser resulto solamente mediante los esfuerzos de los obreros de todos los países.

También el camarada Lenin nos enseñaba que “se puede vencer definitivamente sólo a escala mundial, sólo mediante los esfuerzos unidos de los obreros de todos los países”.

En el curso de propagandistas titulares en el Comité regional de la Juventud Comunista de la URSS yo dije, basándome en las obras suyas, que la victoria del socialismo puede ser definitiva solamente a escala mundial; pero los militantes del Comité regional, Urogenko (primer secretario del Comité regional de la Juventud Comunista) y Kazelkcov (instructor de propaganda) califican mi intervención de “salida trotskista”.

Les mostré las citas de sus obras sobre esta cuestión pero Urogenko me dijo que cerrara el libro, afirmando que “eso lo decía el compañero Stalin en 1926, pero ahora estamos en el 1938; que en aquel momento no teníamos todavía la victoria definitiva, mientras ahora sí la tenemos, que no se trata de estar pensando ahora en la intervención y en la restauración”. Además me dice: “Nosotros tenemos ahora la victoria definitiva del socialismo y tenemos la total garantía contra la intervención y contra la restauración del capitalismo”. De esta forma me han considerado cómplice del trotskismo, me han sacado del trabajo de propaganda y han puesto en cuestionamiento mi permanencia en la Juventud Comunista.

Le ruego, camarada Stalin, que me explique si tenemos la victoria definitiva del socialismo o si todavía no la tenemos. ¿Puede ser que yo no haya encontrado la documentación de actualidad complementaria sobre esta cuestión en relación a algún cambio reciente?

Yo considero que la declaración de Urogenko es antibolchevique, sosteniendo que las obras de Stalin sobre esta cuestión ya están un poco envejecidas. ¿Puede ser que los militantes del Comité regional hayan tenido razón en considerarme trotskista? Esto me molesta mucho y me ofende.

Le ruego, camarada Stalin, que se permita responderme a esta dirección:

Iván Filippovich Ivanov,
Soviet de la aldea Pervi Zassiem,
Distrito de Manturov,
Región de Kursk.
18-1-38
Firmado: Ivanov.


Carta de Stalin al camarada Ivanov.

Al camarada Iván Filippovic Ivanov,

La razón la tiene usted desde luego y son sus adversarios ideológicos, es decir los camaradas Urogenko y Kazelkov, quienes se han equivocado. Y esto por qué.

Está fuera de dudas de que la cuestión de la victoria del socialismo en un solo país, es este caso el nuestro, tiene dos aspectos diferentes.

El primer aspecto de la cuestión de la victoria del socialismo en nuestro país abarca el problema de las relaciones entre las clases en el interior del país. Esto es en el campo de las relaciones internas. ¿Puede la clase obrera de nuestro país superar las contradicciones con nuestros campesinos y establecer con ellos una alianza, una colaboración? ¿Puede la clase obrera de nuestro país, en alianza con los campesinos, derrotar a la burguesía de nuestro país, arrebatarle la tierra, las oficinas, las minas, etc., y construir una sociedad socialista completa?

Estos son los problemas ligados al primer aspecto de la cuestión de la victoria del socialismo en nuestro país.

El leninismo responde a estas preguntas afirmativamente.

Lenin enseña que “nosotros tenemos todo lo necesario para la edificación de una sociedad socialista completa”. Nosotros podemos y debemos por lo tanto, con nuestras propias fuerzas, vencer nuestra burguesía y construir la sociedad socialista. Trotski, Zinoviev, Kamenev y caballeros similares, que se convirtieron más tarde en espías y agentes del fascismo, negaban la posibilidad de edificar el socialismo en nuestro país sin que antes la revolución socialista haya vencido en los otros países, en los países capitalistas. Estos caballeros, en sustancia, querían reconducir nuestro país hacia atrás en la vía del desarrollo burgués, cubriendo su apostasía con falsos argumentos sobre la “victoria de la revolución” en otros países. Ha sido precisamente sobre este punto en el que se han desarrollado las discusiones en nuestro partido durante estos días. La sucesiva marcha del desarrollo de nuestro país ha demostrado que el Partido tenía razón, y que Trotski y compañía estaban equivocados.

De hecho, mientras tanto, hemos sido capaces de liquidar nuestra burguesía, de establecer una colaboración fraternal con los campesinos y construir, en lo esencial, la sociedad socialista, aunque la revolución socialista no haya vencido en los otros países.

Esto es lo que respecta en cuanto al primer aspecto de la cuestión de la victoria del socialismo en nuestro país.

Yo pienso, camarada Ivanov, que su controversia con los camaradas Urogenko y Kazelkov no se refiera a este aspecto de la cuestión.

El segundo aspecto sobre la cuestión de la victoria del socialismo en nuestro país abarca el problema de las relaciones de nuestro país con los otros países, con los países capitalistas, el problema de las relaciones de la clase obrera de nuestro país con la burguesía de los otros países. Esto se da en el campo de las relaciones exteriores internacionales.

¿Puede el socialismo en un país que está rodeado por potentes países capitalistas considerarse completamente libre del peligro de una invasión armada (intervención) y, por consecuencia, del intento de restauración del capitalismo en nuestro país? ¿Pueden nuestra clase obrera y nuestros campesinos con sus propias fuerzas, sin una ayuda seria de la clase obrera en los países capitalistas, vencer la burguesía de los otros países, así como han vencido la propia burguesía? En otras palabras: ¿se puede considerar la victoria del socialismo en nuestro país definitiva, es decir, libre del peligro de una agresión militar y de intentos de restauración del capitalismo, mientras la victoria del socialismo existe en un solo país y mientras continúe existiendo el asedio capitalista?

Estos son los problemas que se asocian al segundo aspecto de la cuestión de la victoria del socialismo en nuestro país. El leninismo responde a estos problemas negativamente. El leninismo enseña que la victoria definitiva del socialismo en el sentido de una plena garantía contra la restauración de las relaciones burguesas es posible solamente a escala internacional (ver la conocida resolución de la 14ª conferencia del Partido Comunista de la URSS). Eso significa que la ayuda comprometida del proletariado internacional es esa fuerza sin la cual no se puede resolver el problema de la victoria definitiva del socialismo en un solo país. Esto no significa naturalmente que nosotros debamos quedarnos con los brazos cruzados esperando una ayuda desde fuera. Al contario, la ayuda del proletariado internacional debe ser conjunta con nuestro trabajo en el fortalecimiento del Ejército Rojo y de la Flota Roja para la movilización de todo el país en la lucha contra la agresión militar en los intentos de restauración de las relaciones burguesas.

Aquí tenemos lo que dice Lenin a propósito:

“Nosotros vivimos no solamente en un Estado, sino en un sistema de Estados, y la existencia de la República Soviética al lado de los otros Estados imperialistas por un período de tiempo no es concebible. Al final, el uno o el otro vencerá. Esto significa que la clase dominante, el proletariado, si quiere dominar y dominará, debe demostrarlo, también con su organización militar” (tomo 24 pág, 122, Ed. en ruso).

Y más adelante:

“Nosotros estamos rodeados de hombres, de clases, de gobiernos que declaran abiertamente su odio contra nosotros. Nosotros tenemos que recordar que estamos siempre a un pelo de una invasión” (tomo 27, pág. 117).

Esto está dicho con agudeza y con fuerza, pero también honestamente y llanamente, sin adornos, como sabía hablar Lenin.

Sobre la base de estas premisas, en las Cuestiones del Leninismo de Stalin se dice:

“La victoria definitiva del Socialismo es la plena garantía contra los intentos de intervención, y por lo tanto de restauración, ya que un intento de restauración puede tener lugar solamente con un serio apoyo desde afuera, solo con el apoyo del capital internacional. Por eso, el sostén de nuestra revolución por parte de los obreros de todos los países, y con mayor razón el triunfo de estos obreros, aunque solo sea en unos cuantos países, es la condición necesaria para la plena garantía del primer paso victorioso contra los intentos de intervención y de restauración, la condición necesaria para la victoria definitiva del Socialismo” (Cuestiones del Leninismo, 1937, pág. 134).

En realidad sería ridículo y tonto cerrar los ojos sobre el hecho del asedio capitalista y pensar que nuestros enemigos externos, por ejemplo los fascistas, no buscarán la ocasión de llevar a cabo una agresión armada contra la URSS. Pueden pensar así solamente los ciegos fanfarrones y los enemigos escondidos, que quieren adormecer al pueblo. No sería menos ridículo negar que en el caso de que una intervención militar tenga un mínimo de éxito, los intervencionistas tratarían en las zonas ocupadas por ellos de destruir el régimen soviético y de restaurar el régimen burgués. ¿Acaso Denikin y Kolchak no restauraron el régimen burgués en las zonas que ocuparon? ¿En qué son mejores los fascistas que Denikin y Kolchak? Negar el peligro de una intervención militar y los intentos de restauración mientras exista un cerco capitalista, solo lo pueden hacer los enredadores y los enemigos escondidos que quieren esconder con fanfarronerías la propia hostilidad o que tratan de desmovilizar al pueblo. ¿Pero es posible considerar la victoria del socialismo en un solo país definitiva si este país tiene alrededor un cerco capitalista y que ésta esté garantizada plenamente contra la amenaza de una intervención y de restauración? Está claro que no es posible.

Esta es la situación con respecto a la cuestión de la victoria del socialismo en un solo país.

Se deduce que esta cuestión contiene dos problemas diferentes:

a) el problema de las relaciones internas de nuestro país, o sea, el problema de la victoria sobre nuestra burguesía y la edificación del socialismo integral;
b) el problema de las relaciones externas de nuestro país, o sea, el problema de la plena garantía de nuestro país contra los peligros de una intervención militar y de restauración.

El primer problema ya ha sido resuelto, ya que nuestra burguesía se ha liquidado y el socialismo se ha ya edificado esencialmente. A esto lo llamamos victoria del socialismo o, más exactamente, victoria de la edificación socialista en un solo país. Nosotros podríamos decir que nuestra victoria es definitiva si nuestro país estuviera en una isla y si alrededor de él no hubiera numerosos países, países capitalistas. Y debido a que no vivimos en una isla sino en un “sistema de estados” del cual una parte considerable es hostil al país del socialismo, creando así el peligro de una intervención y una restauración, nosotros decimos que abiertamente y honestamente que la victoria del socialismo en nuestro país no es todavía definitiva. De aquí se deduce que el segundo problema no está todavía resuelto y que hará falta resolverlo. Más aún: no es posible resolver el segundo problema de la misma forma en el cual se ha resuelto el primer problema, o sea, mediante los esfuerzos únicos de nuestro país.

El segundo problema se puede resolver mediante la unión de los esfuerzos serios del proletariado internacional con los esfuerzos todavía más serios de todo nuestro pueblo soviético. Es necesario afianzar y consolidar los lazos proletarios internacionales de la clase obrera de la URSS con la clase obrera de los países burgueses, es necesario organizar la ayuda política de la clase obrera de los países burgueses a la clase obrera de nuestro país en caso de una agresión militar contra nuestro país, así como es necesario organizar cualquier tipo de ayuda de la clase obrera de nuestro país a la clase obrera de los países burgueses; se necesita reforzar y consolidar con todos los medios nuestro Ejército Rojo, nuestra Flota Roja, nuestra Aviación Roja, nuestra Sociedad de apoyo a la defensa aeroquímica. Se necesita que todo nuestro pueblo esté en estado de movilización para que esté listo a hacer frente al peligro de una agresión militar, para que “ninguna casualidad” y ninguna maniobra de nuestros enemigos externos nos puedan agarrar por sorpresa.

De su carta resulta que el camarada Urogenko tiene otro punto de vista, no del todo leninista. Él, de hecho, afirma que “nosotros tenemos ahora la victoria definitiva del socialismo y tenemos la plena garantía contra la intervención y contra la restauración del capitalismo”. Que no le quepa la duda de que el camarada Urogenko está completamente equivocado. Una afirmación semejante como la del camarada Urogenko solamente se puede explicar con la incomprensión de la realidad que nos rodea y con la ignorancia de los principios elementales del leninismo, o bien con la estéril jactancia de un joven burócrata enamorado de su persona. ¿Si realmente “tenemos la plena garantía contra la restauración del capitalismo” tenemos necesidad de un potente Ejército Rojo, de una Aviación Roja, de una potente Sociedad de apoyo de la defensa aeroquímica, del afianzamiento y de la consolidación de los lazos proletarios internacionales? ¿No sería mejor utilizar los billones que gastamos en fortalecer el Ejército Rojo en otros objetivos y reducir al mínimo el Ejército Rojo o incluso disolverlo totalmente? Personas como el camarada Urogenko a pesar de que subjetivamente están entregados a nuestra causa, objetivamente son peligrosos para nuestra causa, ya que con su jactancia, voluntariamente o involuntariamente (es lo mismo) adormecen a nuestro pueblo, desmovilizan los obreros y los campesinos y ayudan a los enemigos a agarrarnos por sorpresa en el caso de complicaciones internacionales.

En cuanto al hecho, camarada Ivanov, que por lo que parece “lo han sacado del trabajo de propaganda y le han puesto la cuestión de su permanencia en la Juventud Comunista” no se debe preocupar. Si los hombres del Comité regional de la Juventud Comunista quieren realmente parecerse al suboficial Priscibeiev, el conocido personaje de Chejov, podemos estar seguros que perderán. En nuestro país los Priscibeiev no gustan.

Ahora puede juzgar si ha envejecido el conocido fragmento del libro “Cuestiones del leninismo”, a propósito de la victoria del socialismo en un solo país. Quisiera yo mismo que envejeciera, para que en el mundo no hubiera cosas tan desagradables como el cerco capitalista, el peligro de una agresión armada, el peligro de la restauración del capitalismo, y otras por el estilo. Pero desgraciadamente estas cosas desagradables continúan existiendo.

12-2-1938
STALIN
L' appel du Comintern

Quittez les machines,
Dehors, prolétaires,
Marchez et marchez,
Formez-vous pour la lutte
Drapeau déployé
Et les armes chargées
Au pas cadencé.
Pour lassaut, avancez,
Il faut gagner le monde,
Prolétaires, debout.

Le sang de nos frères
Réclame vengeance,
Plus rien narrêtera
La colère des masses,
A Londres, à Paris,
Budapest et Berlin,
Prenez le pouvoir,
Bataillons ouvriers,
Prenez votre revanche,
Bataillons ouvriers.

Les meilleurs des nôtres
Son morts dans la lutte
Frappés, assommés,
Enchaînés dans les bagnes.
Nous ne craignons pas
Les tortures et la mort,
En avant, prolétaires,
Soyons prêts, soyons forts,
En avant, prolétaires,
Soyons prêts, soyons forts.


Kominternlied

Text: Franz Jahnke / Maxim Vallentin; Musik: Hanns Eisler


Verlasst die Maschinen! heraus, ihr Proleten!
Marschieren, marschieren! Zum Sturm angetreten!
Die Fahnen entrollt! Die Gewehre gefällt!
Zum Sturmschritt! Marsch, marsch! Wir erobern die Welt!
Wir erobern die Welt! Wir erobern die Welt!

Wir haben die Besten zu Grabe getragen,
Zerfetzt und zerschossen und blutig geschlagen.
Von Mördern umstellt und ins Zuchthaus gesteckt,
/: Uns hat nicht das Wüten der Weißen geschreckt! :/

Die neuen Kämpfer, heran, ihr Genossen!
Die Fäuste geballt und die Reihen geschlossen.
Marschieren, marschieren! Zum neuen Gefecht!
/: Wir stehen als Sturmtrupp für kommendes Recht! :/

In Russland, da siegten die Arbeiterwaffen!
Sie haben's geschafft - und wir werden es schaffen!
Herbei, ihr Soldaten der Revolution!
Zum Sturm! Die Parole heißt: Sowjetunion!
Zum Sturm! Die Parole: Welt-Sowjetunion!
"¿QUE QUIERE LA LIGA ESPARTACO?"

Discurso pronunciado por Karl Liebknecht a finales de 1918


Lo que sobre todo es necesario en este momento es tener una idea clara de los objetivos de nuestra política. Tenemos necesidad de una comprensión muy exacta de la marcha de la revolución, darnos cuenta de lo que ha sucedido hasta aquí para ver en que consistirá nuestra tarea futura.
Hasta aquí, la revolución alemana no ha sido más que un intento de poner fin a la guerra y superar sus consecuencias. Por eso su primer acto fue concluir un armisticio con las potencias enemigas y apartar a los líderes del antiguo régimen. La tarea de todos los revolucionarios consiste ahora en reforzar y ampliar sus conquistas.
Vemos que el armisticio que el gobierno actual negocia con las potencias adversarias es utilizado por estas para estrangular a Alemania. Esto es contrario a los objetivos del proletariado, puesto que tal trato no es compatible con el ideal de una paz digna y duradera.
El objetivo del proletariado alemán, como el del proletariado mundial, no es una paz provisional, basada en la violencia, sino una paz duradera, basada en el derecho. Esto no es lo que hace el go­bierno actual, el cual, conforme a su naturaleza, se esfuerza únicamente en concluir con los gobiernos imperialistas de los países de la Entente una paz provisional. No quiere afectar a los fundamentos del capital.
En tanto el capitalismo sobreviva —y esto lo saben todos los socialistas muy bien—, las guerras serán inevitables. ¿Cuáles son las causas de la guerra mundial? La dominación capitalista significa la explotación del proletariado y una ampliación creciente del capitalismo en el mercado mundial. Aquí se oponen violentamente las fuerzas capitalistas de los diferentes grupos nacionales, y el conflicto económico lleva inevitablemente al enfrentamiento de las fuerzas militares, a la guerra. Ahora se nos quiere arrullar con la idea de la Sociedad de las Naciones, que debe conducir a una paz duradera entre los pueblos. Como socialistas, sabemos perfectamente que tal organismo no es sino una alianza que no puede disimular su carácter capitalista, que está dirigida contra el proletariado y es incapaz de garantizar una paz duradera.
La concurrencia, que esta en la base de la socie­dad capitalista, significa para nosotros, socialistas, un fratricidio; por el contrario, nosotros queremos una comunidad internacional de hombres. Unicamente el proletariado aspira a una paz durable; ja­más el imperialismo de la Entente podrá dar esta paz al proletariado alemán. Este último la obtendrá de sus hermanos de Francia, de América, de Italia. Poner fin a la guerra mundial mediante una paz duradera y digna solo es posible gracias a la acción del proletariado internacional. Esto es lo que nos enseña nuestra doctrina socialista básica.
Ahora, después de la inmensa mortandad, se trata en verdad de crear una obra sólida. La humanidad entera ha sido lanzada al crisol ardiente de la gue­rra mundial. El proletariado tiene el martillo en su mano para forjar un mundo nuevo.
No se trata solamente de la guerra y de los estragos que sufre el proletariado, sino del régimen capitalista mismo, que es la verdadera causa de la guerra. Suprimir el régimen capitalista es la única vía de salvación para el proletariado, la única que le permitirá escapar a su sombrío destine
¿Cómo puede ser alcanzado este objetivo? Para responder a esta pregunta, es necesario darse cuenta claramente de que únicamente el proletariado puede, por su propia acción, liberarse de la esclavitud. Se nos dice: la Asamblea Nacional es la vía que nos lleva a la libertad. Pero la Asamblea Na­cional no es otra cosa que la democracia política formal, no la democracia que el socialismo siempre ha exigido. El carnet del voto no es la palanca que puede levantar y voltear al régimen capitalista. Sa­bemos que un gran número de países, por ejemplo, Francia, América, Suiza, poseen desde hace largo tiempo esta democracia formal. Pero en estas democracias reina igualmente el capital.
Es evidente que en las elecciones a la Asamblea Nacional, la influencia del capital, su superioridad económica, se hará sentir en el más alto grado. Grandes masas de la población se situarán, bajo la presión de esta influencia, en contradicción con sus verdaderos intereses y darán sus votos a sus adver­sarios. Ya por esta razón la elección de una Asam­blea Nacional no será jamás una victoria de la voluntad socialista. Es completamente falso creer que la democracia parlamentaria formal crea las condiciones propias para la realización del socialismo. Por el contrario, el socialismo realizado es la condición fundamental de la existencia de una ver­dadera democracia. El proletariado revolucionario alemán no puede esperar nada de la resurrección del antiguo Reichstag bajo la nueva forma de Asam­blea Nacional, puesto que esta tendrá el mismo ca­rácter que la vieja "boutique de bavardage" de la Koenigsplatz. Seguramente encontraremos allí a todos los señores ancianos que se esforzaban antes y durante la guerra en decidir de una forma tan fatal la suerte del pueblo alemán. Es igualmente probable que en esta Asamblea Nacional los partidos burgueses tengan la mayoría. Pero incluso aunque este no fuera el caso, incluso si la Asamblea Nacional tuviese una mayoría socialista que decidiese la socialización de la economía alemana, tal decisión parlamentaria quedaría como un simple pedazo de papel y se enfrentaría a una resistencia encarnizada de parte de los capitalistas. No es con el Parlamento y con sus métodos como se puede realizar el socialismo; aquí el factor decisivo es la lucha revolucionaria del proletariado, ya que solo el podrá fundar una sociedad según sus deseos.
La sociedad capitalista no es otra cosa que la dominación más o menos velada de la violencia. Esta sociedad tiende ahora a volver a la legalidad del "orden" precedente, a desacreditar y a anular la revolución que el proletariado ha hecho, a considerarla como una acción ilegal, una especie de malentendido histórico. Pero el proletariado no ha soportado en vano los mas pesados sacrificios durante la guerra; nosotros, los pioneros de la revolución, no nos dejaremos anular. Permaneceremos en nuestro puesto hasta que hayamos instaurado el reino del socialismo.
El poder político del que el proletariado se apode-ro el 9 de noviembre le ha sido ya arrebatado en parte, y se le ha arrancado, sobre todo, el poder de colocar en los puestos mas elevados de la administración a hombres de su confianza. Incluso el militarismo, contra la dominación del cual nos alzamos, vive todavía. Conocemos perfectamente las causas que han conducido a desalojar al proletariado de sus posiciones; sabemos que los consejos de soldados, al comienzo de la revolución, no comprendieron claramente su papel. Se han deslizado en sus filas numerosos calculadores astutos, revolucionarios de ocasión, cobardes que después del hundimiento del antiguo régimen, para salvar sus existencias amenazadas, se han unido nuevamente. En numerosos casos, los consejos de soldados han confiado a tales individuos puestos importantes, haciendo así de la zorra el guardián del gallinero. Por otra parte, el gobierno actual ha restablecido el antiguo Gran Estado Mayor y ha entregado así el poder a los antiguos oficiales.
Si ahora reina el caos por toda Alemania, la culpa no incumbe a la revolución, que se ha esforzado en suprimir el poder de las clases dirigentes, a las mismas clases dirigentes y el incendio de la guerra alumbrado por estas. "El orden y la tranquilidad deben reinar" nos grita la burguesía, y esta piensa que el proletariado debe capitular para que el orden y la tranquilidad se restablezcan; que debe entregarse el poder en manos de los que, bajo la mascara de la revolución, preparan ahora la contrarrevolución. Sin duda que un movimiento revolucionario no puede deslizarse sobre un parquet encerado; existen astillas y virutas en la lucha por una sociedad nueva, por una paz duradera.
Al entregar a los generales el Alto Mando del ejército para proceder a la desmovilización, el go­bierno ha hecho esta más difícil. Sin duda que la desmovilización seria mas ordenada si se hubiese confiado a la libre disciplina de los soldados. Por el contrario, los generales, armados con la autoridad del gobierno del pueblo, han intentado por todos los medios suscitar entre los soldados el odio hacia el gobierno. Por propia decisión, los generales han disuelto los consejos de soldados, prohibido desde los primeros días de la revolución la bandera roja y ha hecho quitar esta bandera de los edificios públicos. De esto es responsable el gobierno, que, para mantener el "orden" de la burguesía, ahoga a la revolución en sangre.
Osadamente se afirma que somos nosotros los que queremos el terror, la guerra civil, la efusión de sangre; osadamente se nos sugiere que renunciemos a nuestro trabajo revolucionario, a fin de que el orden de nuestros adversarios sea restablecido. No somos nosotros los que queremos la efusión de sangre, pero si es cierto que la reacción, en cuanto tenga la menor posibilidad, no dudara ni un instante en ahogar la revolución en sangre. Recordemos la crueldad y la infamia de la que es culpable la reac­ción, y no hace tanto tiempo aun. En Ucrania se ha entregado a un trabajo de verdugo; en Finlandia ha asesinado a millares de obreros. Esta es la labor sangrienta del imperialismo alemán, cuyos portavoces nos acusan hoy en la prensa calumniosa, a los socialistas, de querer el terror y la guerra civil.
¡No! Nosotros queremos que la transformación de la sociedad y de la economía se produzcan en el orden. Si ha de haber desorden y guerra civil, la responsabilidad será únicamente de los que siempre han reforzado y ampliado su dominación y su provecho por las armas y quieren hoy poner al proletariado bajo su yugo. No es a la violencia y a la efusión de sangre a lo que llamamos al proletariado, sino a la acción revolucionaria enérgica, para poner en marcha la reconstrucción del mundo. Llamamos a las masas de soldados y de proletarios a trabajar vigorosamente para la formación de los consejos de soldados y obreros. Los llamamos a desarmar a las clases dirigentes y a armarse ellos mismos, para defender la revolución y asegurar la victoria del socialismo. Solamente así podremos asegurar la vida y el desarrollo de la revolución en interés de las clases oprimidas. El proletariado revolucionario no debe dudar un solo instante en apartar a los elementos burgueses de todas las posiciones políticas y sociales; debe tomar el mismo el poder en sus manos. Sin duda, tendremos necesidad, para conducir con éxito la socialización de la vida económica, de la colaboración de los intelectuales burgueses, de los especialistas, de los ingenieros, pero estos deben trabajar bajo el control del proletariado.
De todas nuestras acuciantes tareas, ninguna ha sido emprendida por el gobierno actual. Por el contrario, el gobierno ha hecho todo lo posible por frenar la revolución. Y ahora nos enteramos que con la colaboración del gobierno se han formado en el campo consejos de campesinos, en esta capa de la población que siempre ha sido el adversario mas retrogrado y encarnizado del proletariado, en par­ticular del proletariado rural. A todas estas maquinaciones, los revolucionarios deben oponerse enérgicamente; deben hacer uso de su poder y orientarse resueltamente en la vía del socialismo.
El primer paso en este sentido consistiría en poner todos los depósitos de armas y toda la industria de armamentos bajo el control del proletariado. A continuación, las grandes empresas industriales y agrícolas deben ser transferidas a la colectividad. No cabe la menor duda de que esta transformación socialista de la producción, dado el grado de centra­lización de esta rama de la economía, puede ser realizada bastante rápidamente. Por otra parte, poseemos un sistema de cooperativas muy desarrollado, en el cual esta interesada igualmente y sobre todo la clase media. Esto también constituye un factor favorable para la construcción eficaz del so­cialismo.
Sabemos perfectamente que esta socialización será un proceso de larga duración; no disimulamos las dificultades a las que nos enfrentamos en esta tarea, sobre todo la situación peligrosa en que nuestro pueblo se encuentra actualmente. Pero ¿quien pue­de creer seriamente que los hombres pueden elegir a su gusto el momento propicio para una revolución y para la realización del socialismo? ¡La marcha de la historia no es esa precisamente! No se trata de decir: ni hoy ni mariana nos conviene la revo lución; será pasado mañana, cuando nuevamente tengamos pan y materias primas y nuestro modo de producción capitalista este en plena marcha, será entonces cuando estaremos dispuesto a discutir la construcción del socialismo. No, esta es una concep­ción falsa y ridícula de la naturaleza de la evolución histórica.
No se puede elegir el momento propicio para una revolución ni transferir esta revolución a una fecha que nos convenga. Pues las revoluciones no son en el fondo otra cosa que grandes crisis sociales ele-mentales, cuyo estallido y desarrollo no dependen de individuos aislados y que, pasando por encima de sus cabezas, se descargan como formidables tormentas. Ya Marx nos enseñó que la revolución social debe producirse en el curso de una crisis del capitalismo. Y bien, esta guerra es precisamente una crisis, por ello ha sonado la hora del socialismo.
En la víspera de la revolución, en el curso de la famosa noche del viernes al sábado, los dirigentes de los partidos socialdemócratas dudaban de que la revolución era inminente; no querían creer que el fermento revolucionario en las masas de soldados y obreros había progresado hasta tal punto. Pero cuando percibieron que había comenzado la gran batalla acudieron todos; si no, habrían corrido el riesgo de ser desbordado por el movimiento.
Ha llegado el momento decisivo. Estúpidos y débiles serán los que lo consideren inoportuno y lamenten que haya llegado precisamente ahora. Todo depende de nuestra resolución, de nuestra voluntad revolucionaria. La gran tarea para la que nos hemos preparado desde hace tanto tiempo exige ser cumplida ahora. ¡La revolución está ahí, debe ser desencadenada! No se trata de preguntarse quien, sino como. La cuestión esta planteada, y dado que la situación en que nos encontramos es difícil, no podemos decir que este no es el momento de hacer la revolución.
Repito que no desconocemos las dificultades del momento. Ante todo, somos conscientes de que el pueblo alemán no tiene ninguna experiencia, ninguna tradición revolucionaria. Pero, por otra parte, la tarea de la socialización esta esencialmente facilitada al pueblo alemán por toda una serie de circunstancias. Los adversarios de nuestro programa nos objetan que, en una situación tan amenazante como es la de hoy, tan preocupados por el paro, por la escasez de artículos alimenticios y materias pri­mas, es imposible emprender la socialización de la economía. Pero ¿acaso el gobierno de la clase ca­pitalista, como consecuencia de una situación por lo menos tan peligrosa, no ha tornado medidas extremadamente enérgicas que han transformado por completo la producción y el consumo? Y todas estas medidas han sido tomadas para servir los fines guerreros, en interés de los militaristas y de las clases dirigentes, para permitirles subsistir.
Las medidas de economía de guerra no han podido ser aplicadas más que gracias a la autodisciplina del pueblo alemán; en su tiempo, esta autodisciplina estaba al servicio del genocidio y era contraria a los intereses del pueblo. Ahora debe servir a los intereses del pueblo y ser utilizada para transformaciones mucho mas profundas que jamás hayan sido conocidas. Al servicio del socialismo, esta autodisciplina creara la socialización. Precisamente son los social-patriotas los que han calificado estas medidas económicas de socialismo de guerra, y Scheidemann, celoso defensor de la dictadura militar, las defendió con entusiasmo. Pues bien, nosotros debemos considerar este socialismo de guerra como una transformación de nuestra vida económica, que preparara la vía de la realización de la verdadera socialización bajo el signo del socialismo.
El socialismo es inevitable, y debe venir precisa-mente porque es necesario superar el desorden del que se lamentan tanto actualmente. Pero este des­orden es insuperable en tanto continúen en sus posiciones las fuerzas económicas y políticas del capitalismo; ellas son las que han provocado el caos.
Hubiese sido deber del gobierno intervenir y actuar rápida y enérgicamente. Pero este no ha hecho avanzar ni un paso a la socialización. ¿Qué ha hecho para resolver el problema del aprovisiona-miento de la población? El gobierno ha dicho al pueblo: "Es necesario que seas prudente y que te conduzcas convenientemente, entonces Wilson te enviara alimentos". Esto es lo que nos dice día tras día la burguesía, y la que no hace aun unos meses no encontraba palabras suficientemente injuriosas para cubrir de cieno al Presidente de los Estados Unidos, se entusiasma ahora con él y cae a sus pies llena de admiración —a fin de recibir de el alimentos—. Si, efectivamente, Wilson y sus amigos puede ser que nos ayuden, pero solamente en la medida en que esta ayuda corresponda a los intereses del capitalismo de la Entente. Ahora, todos los enemigos declarados o disimulados de la revo­lución proletaria se apresuran a glorificar a Wilson como un amigo del pueblo alemán; mas este Wilson humanitarista ha aprobado las crueles condiciones del armisticio impuestas por Folch y contribuido a aumentar hasta el infinito la miseria del pueblo. No, nosotros no creemos ni un solo instante, nos-otros, socialistas revolucionarios, en las mentiras del humanitarismo de Wilson, el cual no hace ni puede hacer otra cosa que representar de forma inteligente los intereses del capitalismo de la Entente. ¿A quien sirven, en realidad, las mentiras de la burguesía y de los social-patriotas? Sirven para persuadir al proletariado a que abandone el poder que ha conquistado por la revolución.
Nosotros no caeremos en la trampa. Colocamos nuestra política sobre el suelo de granito del prole­tariado alemán, sobre el suelo de granito del socia­lismo internacional. No conviene ni a la dignidad ni a la tarea revolucionaria del proletariado que nosotros, que hemos comenzado la revolución so­cial, confiemos en la benevolencia del capital de la Entente; nosotros contamos con la solidaridad revo­lucionaria y la combatividad de los proletarios de Francia, de Inglaterra, de Italia y de América. Los pusilánimes y los incrédulos desprovistos de todo espíritu socialista nos dicen que somos locos al esperar que estalle una revolución en los países vencedores en la guerra. ¿Qué es lo cierto? Claro está que sería estúpido pensar que en un instante, a una orden, la revolución va a estallar en los países de la Entente. La revolución mundial, nuestro objetivo y nuestra esperanza, es un proceso histórico bien complejo para que estalle golpe a golpe en unos días o en unas semanas. Los socialistas rusos han previsto la revolución alemana como consecuencia necesaria de la revolución rusa, pero un año después de que esta revolución estallara todo esta en calma en Alemania, hasta que al fin suene la hora.
Es comprensible que en estos momentos reine en los pueblos de la Entente una cierta embriaguez de triunfo. La alegría producida por el aplastamiento del militarismo alemán, por la liberación de Francia y Bélgica es tan grande que no debemos esperar, por el momento, un eco revolucionario por parte de la clase obrera de nuestros antiguos enemigos. Por otra parte, la censura existente todavía en los países de la Entente impondrá brutalmente silencio a quien llamara a unirse al proletariado revolucio­nario. Igualmente es necesario no olvidar que la política de traición criminal de los social-patriotas ha tenido por resultado romper durante la guerra los lazos internacionales del proletariado.
De hecho, ¿qué revolución esperamos nosotros de los socialistas franceses, ingleses, italianos y americanos? ¿Qué objetivo y qué carácter debe tener esta revolución? La del 9 de noviembre se impuso como tarea, en su primer estadio, el establecimiento de una república democrática y tenía un programa burgués. Nosotros sabemos muy bien que esta re­volución no ha ido más lejos: ha llegado al estadio actual de su desarrollo. Pero no es una revolución de este género la que esperamos del proletariado de los países de la Entente, por la siguiente razón: Francia, Inglaterra, América e Italia gozan, desde largo tiempo, desde decenios e incluso siglos, de estas libertades democráticas por las que nos hemos batido nosotros el 9 de noviembre. Estos países tienen una Constitución republicana, precisamente la que la Asamblea Nacional tan ensalzada debe, en primer termino, concedernos, pues la realeza en In­glaterra e Italia no es mas que un decorado sin importancia, una simple fachada. Así, nosotros no podemos pedir al proletariado de otros países que desencadenen la revolución social en tanto que nosotros no la hayamos desencadenado. Corresponde a noso­tros dar el primer paso. Cuanto más rápida y más enérgicamente dé el proletariado alemán el buen ejemplo, más rápida y más enérgicamente nos seguirá el proletariado de los países de la Entente.
Pero para que este gran proyecto del socialismo se realice, es indispensable que el proletariado conserve el poder político. Ahora no puede haber duda: lo uno o lo otro. O el capitalismo burgués se mantiene y continúa haciendo la felicidad de la humanidad con su explotación y su esclavitud asalariada y el peligro permanente de guerra que representa, o el proletariado toma conciencia de su tarea histórica y de sus intereses de clase y se decide a abolir definitivamente toda dominación de clase.
Los social-patriotas y la burguesía se esfuerzan en desviar al proletariado de su misión histórica, presentándole un cuadro horrible de los peligros de la revolución y describiéndole con los colores más sombríos la miseria, la ruina y las perturbaciones que acompañarían a la transformación de las condiciones sociales. ¡Pero esta negra pintura es trabajo perdido! Las mismas condiciones, la incapacidad en que se encuentra el capitalismo de restablecer la vida económica que el mismo ha destruido, es lo que impulsa ineluctablemente al pueblo hacia la vía de la revolución social. Si consideramos los grandes movimientos huelguísticos de los últimos días, veremos claramente que, incluso en plena re­volución, el conflicto entre la patronal y los asalariados continúa vivo. La lucha de clase proletaria proseguirá tanto tiempo como la burguesía se mantenga sobre las ruinas de su antigua dominación, y esta lucha no se detendrá más que cuando la revo­lución social haya triunfado.
Esto es lo que quiere la Liga Espartaco.
Ahora se ataca a los miembros de Espartaco por todos los medios imaginables. La prensa de la bur­guesía y de los social-patriotas, desde el Vorwarts hasta la Krezzeitung, rebosan de mentiras vergonzosas, de las mas escandalosas deformaciones y de las peores calumnias. ¿De qué se nos acusa? De proclamar el terror, de querer desencadenar una espantosa guerra civil, de prepararnos para la insu­rrección armada; en una palabra: de ser los perros sangrientos mas peligrosos y sin conciencia que haya en el mundo: mentiras fáciles de desenmascarar. Cuando al comienzo del conflicto mundial yo agrupaba en torno mío a un pequeño grupo de revolucionarios valientes y decididos a luchar contra la guerra y la embriaguez guerrera, se nos ataco por todas partes, se nos acorralo y se nos mando a prisión. Y cuando yo manifestaba abiertamente y en voz alta lo que entonces nadie se atrevía a decir y que muy pocos querían admitir, a saber: que Alemania y sus jefes políticos y militares eran responsables de la guerra, se me acuso de ser un vulgar traidor, un agente pagado por la Entente, un sin-patria que quería la ruina de Alemania. Hubiera sido más cómodo para nosotros callar o hacer coro con el chauvinismo y el militarismo. Pero nosotros preferimos decir la verdad, sin preocupamos del peligro a que nos exponíamos. Ahora todos, e incluso los que entonces se desencadenaron contra nos­otros, comprenden que teníamos razón. Ahora, después de la derrota y de los primeros días de la revolución, los ojos del pueblo se han abierto y el pueblo comprende que fue precipitado a la desgracia por sus príncipes, sus pangermanistas, sus imperialistas y sus social-patriotas. Y ahora que de nuevo elevamos la voz para mostrar al pueblo alemán la única vía que puede llevarlo a la verdadera libertad y a una paz duradera, los mismos hombres que entonces nos difamaron, a nosotros y a la ver­dad, reemprenden la misma campana de mentiras y de calumnias. Pero estos podrán babear y aullar tanto como quieran y correr tras de nosotros como perros rabiosos: seguiremos imperturbablemente nuestro recto camino, el de la revolución y el socialismo, y nos diremos: "!Muchos enemigos, mucho honor!" Pues sabemos muy bien que los mismos traidores y criminales que en 1914 engañaron al proletariado alemán, prometiéndole la victoria y la conquista, pidiéndole que se mantuviera "hasta el fin" y pactando la vergonzosa unión sagrada entre el capital y el trabajo; los mismos que intentaron ahogar la lucha revolucionaria del proletariado y reprimido cada huelga como huelga salvaje con la ayuda de su aparato sindical y de las autoridades: estos son los que ahora, en 1918, hablan de nuevo de la tregua nacional y proclaman la solidaridad de todos los partidos para la reconstrucción de nuestro Estado.
A esta nueva unión del proletariado y la burguesía, a esta traidora continuación de las mentiras de 1914 servirá la Asamblea Nacional. Esta será su ver­dadera tarea: con su ayuda se proponen ahogar por segunda vez la lucha de clase revolucionaria del proletariado. Pero nosotros sabemos que, en realidad, detrás de la Asamblea Nacional esta el viejo imperialismo alemán, el que a pesar de la derrota de Alemania no ha muerto. No, no ha muerto y, si pervive, el proletariado no recogerá los frutos de su revolución.
Esto no debe ser. El hierro esta todavía caliente, y nos falta forjarlo. ¡Ahora o nunca! O bien caemos en el viejo pantano del pasado, del que intentamos salvarnos con un impulso revolucionario, o bien proseguiremos la lucha hasta la victoria, hasta la liberación de toda la humanidad de la maldición de la esclavitud. Para que podamos acabar victoriosamente esta gran obra —la tarea mas importante y mas noble que jamás se hay a planteado la civi­lización humana—, el proletariado alemán debe instaurar su dictadura.


DISCURSO DE ROSA LUXEMBURGO ANTE EL CONGRESO DE FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA ALEMÁN

¡Camaradas! Hoy tenemos la tarea de discutir y aprobar un programa. Al emprender esta tarea no nos motiva únicamente el hecho de que ayer fundamos un partido nuevo, y que un partido nuevo debe formular un programa. Grandes movimientos históricos fueron las causas determinantes de las deliberaciones de hoy. Ha llegado el momento de fundar todo el programa socialista del proletariado sobre nuevas bases. Nos encontramos ante una situación similar a la de Marx y Engels cuando escribieron su Manifiesto Comunista, hace setenta años. Como todos saben, el Manifiesto Comunista trata del socialismo, de la realización de los objetivos socialistas, como tarea inmediata de la revolución proletaria. Esta fue la idea presentada por Marx y Engels en la revolución de 1848; así, también, concibieron la base para la acción proletaria en el campo internacional. Junto con todos los dirigentes del movimiento obrero, tanto Marx como Engels creían que estaba planteada la realización inmediata del socialismo. Bastaba provocar una revolución política, tomar el poder político del Estado y el socialismo pasaría inmediatamente del reino del pensamiento al reino de carne y hueso. Posteriormente, como sabéis, Marx y Engels revisaron totalmente esta perspectiva. En el prefacio conjunto a la reedición del Manifiesto Comunista del año 1872, encontramos el siguiente pasaje: “[...] no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero de la revolución de febrero y después, en mayor grado aun, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines’.” ¿Cuál es el pasaje que habría que redactar de manera distinta, por hallarse perimido? El que dice así: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. ”Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción. ”Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países. ”Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:
1 — Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
2 — Fuerte impuesto progresivo.
3 — Abolición del derecho de herencia.
4 — Confiscación de toda la propiedad de los emigrados y sediciosos.
5 — Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
6 — Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7 — Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción; roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
8 — Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
9 — Combinación de agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el campo.
10 — Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material, etcétera, etcétera.”
Con pocas variantes estas son, como sabéis, las tareas que se nos plantean hoy. Llevando adelante estas medidas tendremos que construir el socialismo. Entre el día en que se formuló el programa citado y la hora actual median setenta años de desarrollo capitalista y la evolución del proceso histórico nos ha devuelto a la posición que Marx y Engels desecharon por errónea en 1872. En ese momento existían muy buenas razones para creer que la posición anterior era errónea. La evolución posterior del capital, empero, ha convertido el error de 1872 en la realidad de hoy, de modo que nuestro objetivo inmediato es cumplir la tarea que Marx y Engels pensaron que tendrían que cumplir en 1848. Pero entre ese momento del proceso, ese comienzo de 1848, y nuestras posiciones y tareas inmediatas, media toda la evolución no sólo del capitalismo, sino también del movimiento obrero socialista. Han intervenido, sobre todo, los procesos ya mencionados de Alemania, el país más importante del proletariado moderno. Esta evolución de la clase obrera asumió formas peculiares. Cuando, después de las desilusiones de 1848, Marx y Engels desecharon la idea de que el proletariado podía realizar en forma inmediata el socialismo, surgieron en todos los países partidos socialistas inspirados en objetivos muy distintos. Se proclamó que el objetivo inmediato de dichos partidos era el trabajo local, la mezquina lucha cotidiana en los campos político e industrial.
Así, de a poco, se irían creando ejércitos proletarios, los que estarían prontos a construir el socialismo apenas madurara el proceso capitalista. El programa socialista quedó, por lo tanto, apoyado sobre cimientos totalmente distintos, y en Alemania el cambio asumió una forma típica y peculiar. Hasta el colapso del 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana defendía el programa de Erfurt, en virtud del cual las llamadas consignas mínimas pasaban a primer plano, mientras que el socialismo pasaba a ser un lucero distante. Sin embargo, mucho más importante que la letra de un programa es la forma en que se lo interpreta en la práctica. En este sentido debe otorgarse gran importancia a uno de los documentos históricos del movimiento obrero alemán: el prefacio escrito por Federico Engels a la edición de 1895 de Las luchas de clases en Francia, de Marx. No es sólo en base a consideraciones históricas que vuelvo a plantear la cuestión. Se trata de un problema de suma actualidad. Es nuestro deber perentorio volver a colocar nuestro programa sobre las bases sentadas por Marx y por Engels en 1848. En vista de los cambios ocurridos desde entonces en el proceso histórico, nos corresponde emprender una cautelosa revisión de las posiciones que llevaron a la socialdemocracia alemana al desastre del 4 de agosto Dicha revisión es la tarea que nos ocupa hoy oficialmente. ¿Cómo encaraba Engels el problema en su célebre prefacio a Las luchas de clases en Francia, escrito en 1895, doce años después de la muerte de Marx? En primer lugar, recordando el año 1848, demostró que la creencia en la inminencia de la revolución socialista ya había quedado perimida. Dijo: “La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el continente, dando, por primera vez, verdadera carta de ciudadanía a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y últimamente Rusia, y haciendo de Alemania un país industrial de primer orden. Y todo sobre la base capitalista, lo cual quiere decir que esta base tenía todavía, en 1848, gran capacidad de expansión.” Después de resumir los cambios que sobrevinieron en el período intermedio, Engels analiza las tareas inmediatas del Partido Socialdemócrata. “Como Marx predijo, la guerra de 1870 a 1871 y la derrota de la Comuna desplazaron por el momento de Francia a Alemania el centro de gravedad del movimiento obrero europeo. En Francia, naturalmente, éste necesitaba años para reponerse de la sangría de 1871. En cambio en Alemania, donde la industria —impulsada como una planta de invernadero por el maná de los cinco mil millones pagados por Francia- se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia crecía todavía más a prisa y con más persistencia. Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido se ofrece en forma indiscutible, a los ojos del mundo entero.” Luego viene la famosa enumeración que muestra el crecimiento de los votos del partido en elección tras elección, hasta llegar a cifras millonadas. Del análisis de este proceso Engels saca la siguiente conclusión: “Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entró en acción un método de lucha proletario totalmente nuevo, que se siguió desarrollando con rapidez. Al comprobarse que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra las mismas instituciones, se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales industriales, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Así se dio el caso de que la burguesía y el gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales." Engels añade una crítica minuciosa a la ilusión de que bajo las condiciones que crea el capitalismo moderno el proletariado puede aportar algo a la revolución en la lucha callejera. Sin embargo, me parece que, visto que hoy nos encontramos en medio de una revolución caracterizada por la lucha callejera, y todo lo que ésta significa, es hora de librarnos de las posiciones que han guiado la política oficial de la socialdemocracia alemana hasta nuestros días, de las posiciones responsables de lo que ocurrió el 4 de agosto de 1914. [¡Muy bien, muy bien!] Con ello no quiero decir que, en virtud de estas palabras, Engels debe compartir la responsabilidad por todo el curso de la evolución socialista de Alemania. Simplemente llamo vuestra atención hacia una de las citas clásicas que apuntala la posición prevaleciente en la socialdemocracia alemana, posición que resultó fatal para el movimiento. Como experto en ciencia militar, Engels demuestra en este prefacio que es una ilusión pura creer que los obreros podían, dado el estado de la técnica militar y la industria en ese momento, y en vista de las características de las grandes ciudades, realizar con éxito la revolución mediante el combate en las calles. Dos conclusiones importantes surgirán de ese razonamiento. En primer lugar, se contrapuso la lucha parlamentaria a la acción revolucionaria directa del proletariado, y se señaló que aquella es la única forma práctica de llevar adelante la lucha de clases. La consecuencia lógica de la crítica fue el parlamentarismo, y nada más que el parlamentarismo. En segundo lugar, a la máquina militar, a la organización más poderosa del estado clasista, a todo el cuerpo de proletarios en uniforme, se lo declaró, apriorísticamente, inaccesible a la influencia socialista. Cuando en su prefacio Engels declara que, debido al actual desarrollo de gigantescos ejércitos, es una locura pensar que los proletarios puedan hacer frente a soldados armados de ametralladoras y equipados según el último grito de la técnica, ésto se basa obviamente en la premisa de que cualquiera que se haga soldado se vuelve, de golpe y para siempre, partidario de la clase dominante. Sería absolutamente incomprensible, a la luz de la experiencia contemporánea, que un dirigente de la talla de Engels cometiera semejante error, si no conociéramos las circunstancias históricas en que se escribió este documento histórico. En reivindicación de nuestros dos grandes maestros, y sobre todo de Engels, que murió doce años después de Marx y fue siempre un fiel exegeta de las teorías y de la reputación de su gran colaborador, debo recordaros que Engels escribió este prefacio bajo una fuerte presión del bloque parlamentario. En esa época en Alemania, en los primeros años de la década del noventa, luego de la derogación de las leyes antisocialistas, surgió una fuerte corriente hacia la izquierda, el movimiento de los que querían evitar que el partido quedara totalmente absorbido por la lucha parlamentaria. Bebel y sus secuaces querían argumentos convincentes, respaldados por la gran autoridad de Engels; querían una declaración que les permitiera mantener a los elementos revolucionarios bajo su férreo control. Era típico de la situación del partido en esa época que los parlamentarios socialistas tuvieran la última palabra, tanto en la teoría como en la práctica. Aseguraron a Engels, que vivía en el extranjero y naturalmente aceptó de buena fe, que era absolutamente indispensable salvaguardar al movimiento obrero alemán de caer en el anarquismo: y así lo obligaron a escribir en el tono que ellos querían. De ahí en más la táctica expuesta por Engels en 1895 guió a los socialdemócratas alemanes en todo lo que hicieron y dejaron de hacer hasta el inevitable final acaecido el 4 de agosto de 1914. El prefacio fue la proclamación formal de la táctica nada-más-que-parlamentarismo. Engels murió ese mismo año y no tuvo, por lo tanto, oportunidad de analizar las consecuencias prácticas de su teoría. Quienes conocen las obras de Marx y Engels, quienes están familiarizados con el espíritu verdaderamente revolucionario que anima todas sus enseñanzas y escritos, tendrán la certeza de que Engels hubiera sido uno de los primeros en protestar contra la corrupción del parlamentarismo y contra el derroche de energías del movimiento obrero, característico de Alemania en las décadas que precedieron a la guerra. El cuatro de agosto no surgió de la nada, como un trueno en un cielo azul; lo que sucedió ese día no fue un giro casual de los acontecimientos, sino la consecuencia lógica de lo que los socialistas alemanes venían haciendo día tras día, durante muchos años. [¡Muy bien, muy bien!] Estoy convencida de que si Engels y Marx vivieran hoy protestarían con todo vigor, y utilizarían todas las fuerzas a su alcance para impedir que el partido se arroje al abismo. Pero después de la muerte de Engels en 1895, la dirección del partido en materia de teoría pasó a manos de Kautsky. Resultado de este cambio fue que en los sucesivos congresos anuales del partido las protestas enérgicas del ala izquierda contra la política del parlamentarismo puro, sus advertencias perentorias acerca de la esterilidad e inutilidad de semejante política, fueron tachadas de anarquismo, socialismo anarquizante o, al menos, antimarxismo. Lo que oficialmente se llamaba marxismo se convirtió en una capa para encubrir todo tipo de oportunismo, para rehuir consecuentemente la lucha de clases revolucionaria, para todo tipo de medidas a medias. Así, la socialdemocracia y el movimiento obrero alemanes, así como también el movimiento sindical, fueron condenados a languidecer en el marco de la sociedad capitalista. Ya ningún socialista ni sindicalista alemán hacía el menor intento serio de derrocar las instituciones capitalistas ni de descomponer la maquinaria capitalista. Pero ahora llegamos a un punto, camaradas, en que podemos decir que nos hemos reencontrado con Marx, que marchamos nuevamente bajo su bandera. Si declaramos hoy que la tarea inmediata del proletariado es convertir el socialismo en una realidad viva y destruir el capitalismo hasta su raíz, al hablar así nos colocamos en el mismo terreno que ocuparon Marx y Engels en 1848; asumimos una posición cuyos principios ellos jamás abandonaron. Por fin queda claro qué es el verdadero marxismo, y qué ha sido el marxismo sustituto. [Aplausos]. Hablo de ese marxismo sustituto que durante tanto tiempo ha sido el marxismo oficial de la socialdemocracia. Ya veis a qué conduce esta clase de marxismo, el marxismo de los secuaces de Ebert, David y demás. Estos son los representantes oficiales de lo que durante años se ha proclamado como marxismo inmaculado. Pero en realidad el marxismo no podía señalar esta dirección, no podía haber llevado a los marxistas a dedicarse a actividades contrarrevolucionarias codo a codo con tipos como Scheidemann. El verdadero marxismo también vuelve sus armas contra quienes pretenden falsificarlo. Cavando como un topo bajo los cimientos de la sociedad burguesa, ha trabajado tan bien que hoy más de la mitad del proletariado alemán marcha bajo nuestro estandarte, el pendón enhiesto de la revolución. Inclusive en el bando contrario, inclusive allí donde parece imperar la contrarrevolución, tenemos partidarios y futuros camaradas de armas. Permítaseme repetir, entonces, que la evolución del proceso histórico nos ha conducido de vuelta a la ubicación de Marx y Engels de 1848, cuando enarbolaron por primera vez la bandera del socialismo internacional. Estamos donde estuvieron ellos, pero con la ventaja adicional de setenta años de desarrollo capitalista a nuestras espaldas. Hace setenta años, para quienes revisaron los errores e ilusiones de 1848, parecía que al proletariado le aguardaba un camino interminable por recorrer antes de tener la esperanza, siquiera, de realizar el socialismo. Casi no es necesario que diga que a ningún pensador serio se le ha ocurrido jamás ponerle fecha a la caída del capitalismo; pero después de las derrotas de 1848 esa caída parecía estar en un futuro distante. Esa creencia se desprende también de cada frase del prefacio que Engels escribió en 1895. Estamos ahora en condiciones de hacer el balance y podemos ver que el lapso ha sido breve si lo comparamos con el curso de la lucha de clases a través de la historia. El desarrollo capitalista en gran escala ha llegado tan lejos en setenta años, que hoy nos podemos proponer seriamente liquidar al capitalismo de una vez por todas. No sólo estamos en condiciones de cumplir esta tarea, no sólo es un deber para con el proletariado, sino que nuestra solución le ofrece a la humanidad la única vía para escapar a la destrucción. [Fuertes aplausos.] Después de la guerra, ¿qué ha quedado de la burguesía sino un gigantesco montón de basura? Formalmente, desde luego, todos los medios de producción y la mayor parte de los instrumentos de poder, prácticamente todos los instrumentos decisivos de poder, están aún en manos de las clases dominantes. No nos hacemos ilusiones. Pero lo que nuestros gobernantes podrán obtener con el ejercicio de sus poderes, más allá de sus esfuerzos frenéticos por reimplantar su sistema de expoliación mediante la sangre y la masacre, no será más que el caos. Las cosas han llegado a un punto tal que a la humanidad se le plantean hoy dos alternativas: perecer en el caos o encontrar su salvación en el socialismo. El resultado de la gran guerra es que a las clases capitalistas les es imposible salir de sus dificultades mientras sigan en el poder. Comprendemos ahora la verdad que encerraba la frase que formularon por primera vez Marx y Engels como base científica del socialismo, en la gran carta de nuestro movimiento, el Manifiesto Comunista. El socialismo, dijeron, se volverá una necesidad histórica. El socialismo es inevitable, no sólo porque los proletarios ya no están dispuestos a vivir bajo las condiciones que les impone la clase capitalista, sino también porque si el proletariado no cumple con sus deberes de clase, si no construye el socialismo, nos hundiremos todos juntos. [Aplausos prolongados] Aquí tenéis las bases generales del programa que adoptamos hoy oficialmente, cuyo proyecto habéis leído todos en el folleto ¿Was will der Spartakusbund? [¿Qué quiere la Liga Espartaco?]. Nuestro programa se opone deliberadamente al principio rector del programa de Erfurt; se opone tajantemente a la separación de las consignas inmediatas, llamadas mínimas, formuladas para la lucha política y económica, del objetivo socialista formulado como programa máximo. En oposición deliberada al programa de Erfurt liquidamos los resultados de un proceso de setenta años, liquidamos, sobre todo, los resultados primarios de la guerra, declarando que no conocemos los programas máximos y mínimos; sólo conocemos una cosa, el socialismo; esto es lo mínimo que vamos a conseguir. [¡Bien, bien!] No propongo entrar en los detalles del programa. Llevaría demasiado tiempo, y vosotros podréis formaros vuestras propias opiniones respecto a los detalles. La tarea que me incumbe es simplemente exponer los aspectos más generales que distinguen a nuestro programa de lo que ha sido hasta hoy el programa oficial de la socialdemocracia alemana. Considero, no obstante, de primordial importancia que nos pongamos de acuerdo en nuestra apreciación de las circunstancias concretas del momento, de las tácticas que debemos adoptar, de las medidas prácticas a tomar, a la luz del desarrollo del proceso revolucionario hasta el momento y también del probable curso futuro de los acontecimientos. Hemos de juzgar la situación política desde la perspectiva que acabo de caracterizar, desde la perspectiva de quienes apuntan a la realización inmediata del socialismo, de quienes están decididos a subordinar todo lo demás a ese fin. Nuestro congreso, el congreso de lo que puedo llamar con orgullo el único partido socialista revolucionario del proletariado alemán, casualmente coincide con una crisis en el proceso de la revolución alemana. Digo “casualmente coincide”; pero, en verdad, la coincidencia no es casual. Después de los sucesos de los últimos días podemos afirmar que el telón ha descendido sobre el primer acto de la revolución alemana. Está comenzando el segundo acto, y tenemos el deber común de hacer un autoexamen y una autocrítica. Nos moveremos más sabiamente en el futuro, y ganaremos un ímpetu adicional para seguir avanzando, si analizamos cuidadosamente todo lo que hicimos y dejamos de hacer. Analicemos, pues, cuidadosamente, los acontecimientos del primer acto de la revolución. La movilización comenzó el 9 de noviembre. La característica de la revolución del 9 de noviembre fue su insuficiencia y debilidad. Esto no debe sorprendernos. La revolución vino después de cuatro arios de guerra, cuatro años durante los cuales, bajo la tutela de la socialdemocracia y los sindicatos, el proletariado alemán se comportó con intolerable ignominia y repudió sus obligaciones socialistas hasta un punto inigualado en el resto del mundo. Nosotros, los marxistas, que nos guiamos por el principio de la evolución histórica, no podríamos esperar que en la Alemania que contempló el horrendo espectáculo del 4 de agosto, y que durante cuatro años cosechó lo que se sembró ese día, apareciera repentinamente, el 9 de noviembre de 1918, una revolución gloriosa, inspirada en una conciencia de clase definida, dirigida hacia un objetivo concebido con toda claridad. Lo que ocurrió el 9 de noviembre fue, en menor medida, el triunfo de un nuevo principio; apenas un poco más que la caída del sistema imperialista existente. [¡Muy bien!] Había llegado el momento de la caída del imperialismo, un coloso con pies de barro, que se resquebrajaba por dentro. La secuela de esta caída fue una movilización más o menos caótica, desprovista de un plan razonado. La única fuente de unidad, el único principio persistente y salvador fue la consigna “Por consejos de obreros y soldados”. Esa era la consigna de la revolución con la cual, a pesar de la insuficiencia y debilidad de la primera fase, inmediatamente reclamó el derecho de contarse entre las revoluciones obreras socialistas. A quienes participaron en la revolución del 9 de noviembre, y sin embargo arrojan calumnias sobre los bolcheviques rusos, no podemos dejar de preguntarles: “¿Dónde aprendisteis el alfabeto de vuestra revolución? ¿Acaso no fueron tos rusos quienes os enseñaron a pedir consejos de obreros y soldados?” [Aplausos] Esos pigmeos que hoy, en su carácter de dirigentes de un gobierno que falsamente llaman socialista, consideran que una de sus tareas principales es unirse a los imperialistas ingleses en su ataque asesino contra los bolcheviques, han sido delegados de los consejos de obreros y soldados, reconociendo así que la Revolución Rusa creó las primeras consignas de la revolución mundial. El estudio de la situación imperante nos permite predecir con certeza que, cualquiera que sea el país donde estalle la próxima revolución proletaria después de Alemania, el primer paso será la formación de consejos de obreros y soldados. [Murmullos de aprobación]. He aquí el vínculo que une internacionalmente a nuestro movimiento. Este es el lema que distingue tajantemente a nuestra revolución de todas las revoluciones anteriores, las revoluciones burguesas. El 9 de noviembre, el primer grito de la revolución, instintivo como el llanto de un recién nacido, fue por consejos de obreros y soldados. Ese fue nuestro grito de guerra común, y sólo a través de los consejos podemos aspirar a la realización del socialismo. Pero es característico de los rasgos contradictorios de nuestra revolución, característico de las contradicciones que acompañan a toda revolución, que en el momento de lanzarse este poderoso, conmovedor e instintivo grito, la revolución era tan insuficiente, tan débil, tan falta de iniciativa, tan falta de claridad en cuanto a sus propios objetivos, que el 10 de noviembre nuestros revolucionarios permitieron que escaparan de sus manos casi la mitad de los instrumentos de poder que habían tomado el 9 de noviembre. De esto aprendemos, por un lado, que nuestra revolución está sujeta a la arbitraria ley del determinismo histórico, ley que garantiza que, a pesar de las dificultades y complicaciones, a pesar de todos nuestros errores, avanzaremos sin embargo paso a paso hacia nuestra meta. Por otra parte, debemos reconocer, al comparar este espléndido grito de guerra con la insuficiencia de los resultados obtenidos, que estos no fueron más que los primeros pasos infantiles y vacilantes de la revolución, que tiene muchas tareas difíciles que cumplir y un largo camino por recorrer antes de poder realizar las primeras consignas. Las semanas que transcurrieron entre el 9 de noviembre y el día de hoy están plagadas de toda clase de ilusiones. La primera ilusión de los obreros y soldados que hicieron la revolución fue creer en la posibilidad de unidad bajo la bandera de lo que se hace llamar socialismo. ¿Dónde se refleja mejor la debilidad de la revolución del 9 de noviembre que en el hecho de que desde el comienzo de dirección pasó a manos de individuos que pocas horas antes de que ésta estallara habían resuelto que su principal deber era lanzar advertencias en contra de la revolución [¡muy bien!], tratar de imposibilitar su realización; a manos de tipos de la calaña de Ebert, Scheideman y Hasse? Una de las ideas directrices de la revolución del 9 de noviembre era la de unificar a las distintas tendencias socialistas. Dicha unión debía efectuarse por aclamación. Esta ilusión se cobró una venganza sangrienta, y los acontecimientos de los últimos días provocaron un amargo despertar; pero el autoengaño fue universal, y afectó a los grupos de Ebert y Scheideman y a la burguesía tanto como a nosotros. Hubo otra ilusión, que también afectó a la burguesía, durante este acto inicial de la revolución: creyeron que mediante la combinación Ebert-Hasse, mediante el gobierno autotitulado socialista, realmente podrían frenar a las masas proletarias y estrangular la revolución socialista. Otra ilusión sufrieron también los miembros del gobierno de Scheideman-Ebert al pensar que con la ayuda de los soldados que volvían del frente podrían controlar a los obreros y reprimir toda manifestación de la lucha de clases socialista. Tales son las distintas y variadas ilusiones que explican los recientes acontecimientos. Una tras otra, se han disipado. Se ha demostrado claramente que la unión de Hasse con Ebert-Scheideman bajo la bandera del “socialismo” no es sino la hoja de parra que le da visos de decencia a la política contrarrevolucionaria. Nosotros mismos, como siempre sucede durante las revoluciones, nos hemos curado de nuestras ilusiones. Existe un procedimiento revolucionario definitivo mediante el cual se libera al pueblo de las ilusiones pero, desgraciadamente, la cura exige sangrías. En la Alemania revolucionaria los acontecimientos siguieron el curso que es característico de todas las revoluciones. El derramamiento de sangre del 6 de diciembre en la calle Chaussee, la masacre del 24 de diciembre, les mostraron la verdad al grueso de las masas populares. A través de estos hechos aprendieron que lo que se hace llamar gobierno socialista es el gobierno de la contrarrevolución. Comprendieron que quienquiera que tolere semejante estado de cosas conspira contra el proletariado y contra el socialismo. [Aplausos]. Ha desaparecido también la ilusión abrigada por los señores Ebert, Scheideman y Cía. de que, con la ayuda de los soldados que vuelven del frente podrán someter a los obreros para siempre. ¿Cuál ha sido el resultado de las experiencias del 6 y el 24 de diciembre? Últimamente es notable como ha cundido la desilusión en la soldadesca. Estos hombres comienzan a mirar con ojos críticos a quienes los usaron de carne de cañón contra el proletariado socialista. En esto vemos otra vez la aplicación de la ley de que la revolución socialista sufre un determinado proceso objetivo, una ley según la cual los batallones del movimiento obrero aprenden, a través de la amarga experiencia, a reconocer el verdadero camino de la revolución. Nuevas unidades de soldados han sido traídas a Berlín, nuevos destacamentos de carne de cañón, fuerzas adicionales para aplastar a los proletarios socialistas, con el resultado de que, de un cuartel tras otro, vienen los pedidos de folletos y volantes del grupo Espartaco. Esto señala el fin del primer acto. Las esperanzas de Ebert y Scheideman de dominar al proletariado con la ayuda de los elementos reaccionarios de la soldadesca, ya han sido frustradas en gran medida. Lo que les aguarda para el futuro muy próximo es la creciente difusión de las tendencias revolucionarias en los cuarteles. Así aumentarán las fuerzas del proletariado combatiente a la vez que disminuyen las de los contrarrevolucionarios. Como consecuencia de estos cambios tendrá que desaparecer la ilusión que anima a la burguesía, la clase dominante. Al leer los periódicos de los últimos días, los de las jornadas posteriores a los incidentes del 24 de diciembre, no se puede dejar de percibir sentimientos de desilusión combinados con indignación, fruto de que los secuaces de la burguesía, los que ocupan los puestos de poder, han resultado ineficaces. [¡Muy bien!] Se esperaba de Ebert y Scheideman que demostraran ser los hombres fuertes, buenos domadores de leones. ¿Qué han logrado? Han reprimido unos cuantos disturbios sin importancia, con el resultado de que la hidra de la revolución ha levantado su cabeza con más decisión que nunca. Por lo tanto la desilusión es mutua, o mejor dicho, universal. Los obreros han perdido la ilusión que los llevó a creer que la unión de Hasse con Ebert-Scheideman equivaldría a un gobierno socialista. Ebert y Scheideman han perdido la ilusión que los indujo a imaginar que con la ayuda de los proletarios en uniforme militar podrían controlar permanentemente a los proletarios de ropa civil. La clase media ha perdido la ilusión de que, por intermedio de Ebert, Scheideman y Hasse, pueden engañar a toda la revolución socialista alemana respecto de los objetivos que busca. Todas estas cosas poseen una fuerza negativa, y lo que queda de ellas son los retazos y harapos de las ilusiones perdidas. Pero es en verdad un gran aporte a la causa del proletariado que de la primera fase de la revolución no queden sino retazos y harapos, porque nada hay más dañino que una ilusión, a la vez que nada sirve tanto a la causa revolucionaria como la verdad desnuda. Es apropiado que recuerde las palabras de uno de nuestros escritores clásicos, un hombre que no era un revolucionario proletario sino un espíritu revolucionario proveniente de la clase media. Me refiero a Lessing, y paso a citar un pasaje que siempre ha suscitado mi interés y simpatía: “No sé si es un deber sacrificar la felicidad y la vida en aras de la verdad [...] Pero si sé que tenemos el deber, si queremos enseñar la verdad, de enseñarla completa o no enseñarla, enseñarla con claridad y franqueza, sin equívocos ni reservas, inspirados por la plena confianza en su poder [...] Cuanto más grosero el error, más corto y directo es el camino que conduce a la verdad. Pero un error altamente sofisticado nos alienará permanentemente de la verdad, tanto más cuánto más nos cueste comprender que se trata de un error [...] Quien piense en llevar a la humanidad la verdad enmascarada y pintarrajeada, puede ser el alcahuete de la verdad, pero jamás ha sido su amante.” Camaradas, los señores Haase, Dittmann, etcétera, han querido traernos la revolución, implantar el socialismo, cubierto con una máscara, untado de carmín; han así demostrado ser los alcahuetes de la contrarrevolución. Hoy estas máscaras han caído, y lo que en verdad se ofrecía se revela en la política brutal y dura de los señores Ebert y Scheidemann. Hoy ni el más necio puede equivocarse. Lo que ofrece es la contrarrevolución, en toda su repugnante desnudez. El primer acto ha terminado. ¿Cuáles son las posibilidades para el futuro? No se trata, desde luego, de hacer profecías. Sólo podemos tratar de deducir las consecuencias lógicas de lo ocurrido, para sacar conclusiones en cuanto a las probabilidades futuras y así adaptar nuestras tácticas a dichas probabilidades. ¿A dónde conduce, aparentemente, ese camino? Podemos sacar algunos indicios de las últimas declaraciones del gobierno de Ebert-Scheidemann, declaraciones libres de ambigüedad. ¿Qué hará, posiblemente, este autotitulado gobierno socialista ahora que, como acabo de demostrar, las ilusiones se han disipado? Día a día el gobierno pierde más y más el apoyo de las amplias masas proletarias. Fuera de la pequeña burguesía, apenas les quedan algunos pequeños remanentes del movimiento obrero, y dudo mucho que éstos últimos sigan prestando ayuda a Ebert-Scheidemann por mucho tiempo. El gobierno también pierde cada vez más el apoyo del ejército, puesto que los soldados han tomado la senda del autoexamen y la autocrítica. Las consecuencias de este proceso podrán parecer al comienzo algo lentas, pero los llevarán irresistiblemente a la adquisición de una mentalidad plenamente socialista. En cuanto a la burguesía, Ebert y Scheidemann también han perdido la confianza de este sector, al no mostrarse lo suficientemente fuertes. ¿Qué pueden hacer? No tardarán en poner fin a la comedia de la política socialista. Cuando leáis el nuevo programa de estos caballeros, veréis que marchan a todo vapor hacia la segunda fase, la de la contrarrevolución abierta o, se puede decir también, hacia la restauración de las condiciones preexistentes, prerrevolucionarias. ¿Cuál es el programa del nuevo gobierno? Propone la elección de un presidente que ocuparía una posición intermedia entre la del rey de Inglaterra y la del presidente de Estados Unidos [¡Bravo!] Vendría a ser una especie de Rey Ebert. En segundo lugar, proponen reimplantar el consejo federal. Podéis leer hoy las exigencias independientes que formulan los gobiernos del sur de Alemania, exigencias que subrayan el carácter federal de reino alemán. La reimplantación del viejo consejo federal, conjuntamente por supuesto, con su viejo apéndice, el Reichstag, es cuestión de un par de semanas, a lo sumo. Camaradas, Ebert y Scheidemann se dirigen así a la reimplantación usa y llana de las condiciones existentes antes del 9 de noviembre. Pero han entrado así en una aguda pendiente, y es posible que no tarden en encontrarse en el fondo del abismo, con todos los huesos rotos. Porque para el 9 de noviembre las condiciones que imperaban antes estaban ya perimidas, y hoy Alemania se encuentra a muchas millas de distancias de la posibilidad de restablecerlas. Para conseguir el respaldo de la única clase cuyos intereses representa realmente este gobierno, para conseguir el apoyo de la burguesía —apoyo que les ha sido retirado en virtud de los recientes sucesos— Ebert y Scheidemann se verán obligados a aplicar una política cada vez más contrarrevolucionaria. Las exigencias de los estados alemanes del sur, publicadas hoy en los diarios berlineses, expresan francamente su deseo de lograr “mayor seguridad” para el reino alemán. Esto significa, en términos sencillos, que desean que se declare el estado de sitio para contener a los elementos “anarquistas, turbulentos y bolchevistas”; en otras palabras, para contener a los socialistas. La presión de las circunstancias obligarán a Ebert y Scheidemann a recurrir a la dictadura, con o sin estado de sitio. Así, como resultado del proceso anterior, por la simple lógica de los acontecimientos y en función de las fuerzas que controlan a Ebert y Scheidemann, en el segundo acto de la revolución tendremos una oposición de tendencias mucho más pronunciada y una lucha de clases más acentuada. [¡Bravo!] Esta intensificación del conflicto no se producirá solamente en virtud de que las influencias políticas que acabo de mencionar provocarán, al disiparse todas las ilusiones, un combate de cuerpo a cuerpo entre la revolución y la contrarrevolución. Además, de las profundidades vienen las llamas de un nuevo incendio, las llamas de la lucha económica. Fue un rasgo típico de la revolución que se mantuviera estrictamente en el campo político, durante el primer período, hasta el 24 de diciembre. De ahí el carácter infantil, la insuficiencia, el desgano, la falta de miras de la revolución. Esa fue la primera etapa de una transformación revolucionaria cuyo objetivo principal está en el campo económico, cuyo objetivo principal es provocar un cambio fundamental en el terreno económico. Sus pasos fueron tan vacilantes como los de los de un niño que busca a tientas su camino sin saber a dónde va; porque en esta etapa, repito, la revolución se mantuvo en un terreno puramente político. Pero en las últimas dos o tres semanas se han producido algunas huelgas, en buena medida espontáneas. Ahora bien, yo considero que la esencia misma de la revolución reside en que las huelgas se extenderán más y más, hasta constituir, por fin, el foco de la revolución. [Aplausos.] Así tendremos una revolución económica y, junto con ello, una revolución socialista. La lucha por el socialismo debe ser librada por las masas, sólo por las masas, frente a frente con el capitalismo; se tiene que librar en todos los lugares de trabajo, cada proletario contra su patrón. Sólo así podrá ser una revolución socialista. Los insensatos se habían trazado un cuadro muy distinto del curso de los acontecimientos. Imaginaban que bastaría derribar al viejo gobierno, poner un gobierno socialista a la cabeza de los asuntos de la nación, y proclamar el socialismo por decreto. ¿Otra ilusión? El socialismo no puede ser ni será creado por decreto; no lo puede crear gobierno alguno, por socialista que sea. El socialismo lo deben crear las masas, lo debe realizar cada proletario. Allí donde estén forjadas las cadenas del capitalismo, deben ser rotas. Eso es lo único a lo que se puede llamar socialismo, y es la única manera en que éste puede implantarse. ¿Cuál es la forma eterna de la lucha por el socialismo? La huelga, y es por ello que la fase económica del proceso ha pasado al frente en el segundo acto de la revolución. Podemos estar orgullosos de ello, puesto que nadie nos puede disputar ese honor. Nosotros, los del grupo Espartaco, nosotros, el Partido Comunista Alemán, somos los únicos en toda Alemania que estamos de parte de los obreros huelguistas combatientes. [¡Muy bien!] habéis leído y sido testigos, una y otra vez, de la posición de los socialistas independientes respecto a las huelgas. No había diferencias entre la posición de Vorwaerts y la de Freiheit. Ambos periódicos entonaban el mismo estribillo: Trabajad, el socialismo significa trabajar mucho. ¡Esto decían aunque el capitalismo todavía está en el poder! El socialismo no se construye de esa manera, sino en la lucha sin cuartel contra el capitalismo. Sin embargo, vamos que las pretensiones capitalistas encuentran defensores, no solo entre los más destacados especuladores sino también en los socialistas independientes y su órgano, el Freiheit; vemos que nuestro Partido Comunista es el único que apoya a los obreros contra las exacciones del capital. Esto basta para demostrar que hay todos los enemigos implacables de la huelga, salvo quienes levantan con nosotros la plataforma del comunismo revolucionario. La conclusión a extraer es que durante el segundo acto de la revolución las huelgas no sólo tenderán a prevalecer, sino que, además, las huelgas pasarán a ser el rasgo central y el factor decisivo de la revolución, y las cuestiones puramente políticas pasarán a segundo plano. La consecuencia inevitable será que las luchas económicas se intensificarán enormemente. Por ese camino la revolución adquirirá ciertos aspectos que para la burguesía no son broma. Los integrantes de la clase capitalista están bien dispuestos a aceptar las mistificaciones en la esfera política, donde tales fantochadas son posibles, donde criaturas de la calaña de Ebert y Scheidemann pueden hacerse pasar por socialistas; pero los horroriza cualquier atentado directo contra sus ganancias. Por eso, los capitalistas le plantearán el gobierno de Ebert-Scheidemann las siguientes alternativas. Poned fin a las huelgas -dirán- poned fin a este movimiento huelguístico que amenaza destruirnos; si no, no nos servís más. Yo creo, por cierto, que el gobierno se ha hundido a sí mismo con sus medidas políticas. Ebert y Scheidemann descubren con tristeza que la burguesía ya no los necesita más. Los capitalistas lo pensarán dos veces antes de ponerle la capa de armiño a ese arribista grosero que es Ebert. Si las cosas llegan a un punto tal que se necesite un monarca, dirán: “No basta tener sangre en las manos para ser rey; también hay que tener sangre azul en las venas”. [¡Muy bien!] Si se llega a esa situación, dirán: “Ya que necesitamos un rey, no aceptaremos a un arribista que no posee modales regios”. [Risas.] No se puede especificar los detalles. Pero no nos preocupan las cuestiones de detalle, la cuestión de qué ocurrirá y cuándo, exactamente. Bástenos conocer las líneas generales del proceso. Bástenos saber que, al primer acto de la revolución, a la fase cuyo rasgo principal ha sido la lucha política, seguirá una fase caracterizada por la intensificación de la lucha económica, y que tarde o temprano el gobierno de Ebert y Scheidemann se irá al reino de las sombras.
No es fácil predecir que ocurrirá con la Asamblea Nacional durante el segundo acto de la revolución. Quizás resulte una nueva escuela para educar a la clase obrera. Pero parece igualmente probable que no llegue a aparecer nunca. Permítaseme agregar, entre paréntesis, para ayudarnos a comprender sobre qué bases defendíamos ayer nuestra posición, que objetábamos únicamente el limitar nuestra táctica a una sola alternativa. No reabriré toda la discusión, pero diré dos palabras para que ninguno crea que digo blanco y negro al mismo tiempo. Nuestra posición de hoy es precisamente la de ayer. No proponemos basar nuestra táctica en relación a la Asamblea Nacional sobre algo que es una posibilidad y no una certeza. Nos negamos a jugamos a la única carta de que la Asamblea Nacional jamás llegará a existir. Queremos estar preparados para todas las eventualidades, inclusive la de utilizar la Asamblea Nacional para los fines revolucionarios, si es que llega a crearse. Se cree o no, nos es indiferente, porque el éxito de la revolución es seguro. ¿Qué quedará, entonces, del gobierno de Ebert-Schiedemann o de cualquier otro gobierno supuestamente socialdemócrata cuando se haga la revolución? Ya he dicho que las masas obreras están alejadas de ellos, y que ya no se puede contar con los soldados para que sirvan de carne de cañón de la contrarrevolución. ¿Qué podrán hacer los pobres pigmeos? ¿Cómo salvarán la situación? Les quedará una última oportunidad. Quienes hayan leído los diarios de hoy habrán visto cuáles son sus últimas reservas, sabrán a quienes dirigirá contra nosotros la contrarrevolución alemana si se llega a la situación extrema. Habréis leído que las tropas alemanas estacionadas en Riga ya marchan hombro a hombro con los ingleses contra los bolcheviques rusos. Camaradas, tengo en mis manos documentos que echan luz sobre los sucesos de Riga. Todo proviene del cuartel general del octavo ejército, que colabora con el dirigente socialdemócrata y sindical Herr August Winning. Se nos dice siempre que los pobres Ebert y Scheidemann son víctimas de los aliados. Pero en las últimas semanas, desde el comienzo de nuestra revolución, Vorwaerts se ha dado la política de sugerir que los aliados desean sinceramente aplastar la Revolución Rusa. Tenemos documentos que demuestran cómo esto ha sido orquestado en detrimento del proletariado ruso y de la revolución alemana. En un telegrama fechado el 26 de diciembre, el Teniente Coronel Bürkner, jefe del estado mayor del octavo ejército, informa sobre las negociaciones que culminaron en este acuerdo en Riga. El telegrama dice: “El 23 de diciembre hubo una conversación del plenipotenciario alemán Winnig con el plenipotenciario británico Monsaquet, ex cónsul general en Riga. La entrevista se realizó a bordo del H.M.S. Princess Margaret, con la presencia, por invitación, del comandante de las tropas alemanas. Yo representé al mando del ejército. El propósito de la misma fue ayudar a cumplir las condiciones del armisticio. La conversación versó sobre lo siguiente: ”De la parte inglesa: Los buques británicos en Riga supervisarán el cumplimiento del armisticio. Sobre estas condiciones se basan las siguientes exigencias: ” ‘1 - Los alemanes mantendrán una fuerza en esta región que baste para contener a los bolcheviques y les impida extender la zona que ocupan [...] ” ’3 - El oficial británico recibirá un informe de la disposición de las tropas que combaten a los bolcheviques, comprendidos los soldados letones y alemanes, para que el jefe militar naval esté informado. Asimismo se deben comunicar al mismo oficial todas las futuras disposiciones de las tropas que luchan contra los bolcheviques. ” ’4 - Se debe mantener una fuerza armada en los lugares que se nombran a continuación, para impedir que los bolcheviques se apoderen de ellos o desborden la línea que los une: Walk, Wolmar, Wenden, Friedrichstadt, Pensk, Mitau” ’5 — El ferrocarril que une Riga con Libau debe ser defendido del ataque bolchevique, y todas las provisiones y comunicaciones británicas que recorran esta línea recibirán trato preferencial.’ ” Sigue una serie de exigencias adicionales. Veamos ahora la respuesta de Herr Winnig, plenipotenciario alemán y dirigente sindical. “Aunque no es usual que se exprese el deseo de obligar a un gobierno a mantener la ocupación de un estado extranjero, en este caso desearíamos hacerlo, puesto que se trata de proteger la sangre alemana - ¡Los barones del Báltico! - Además, consideramos que es nuestro deber moral ayudar al país al que hemos liberado de su estado de dependencia. Sin embargo, es probable que nuestros deseos se vean frustrados, porque nuestros soldados es esta región son en su mayoría hombres de cierta edad y poco aptos para el servicio y, en virtud del armisticio, muy ansiosos de volver a sus hogares y de poco espíritu de lucha; en segundo lugar, los gobiernos del Báltico tienden a considerar a los alemanes opresores. Pero trataremos de proveer tropas de voluntarios con espíritu de combate, y en realidad esto ya se ha hecho en parte.” Aquí vemos la contrarrevolución en marcha. Habréis leído hace poco de la formación de la División de Hierro, destinada a combatir a los bolcheviques en las provincias del Báltico. En ese momento existían dudas respecto de la actitud del gobierno Ebert-Scheidemann. Comprenderéis ahora que quien tuvo la iniciativa en la creación de esta fuerza fue el gobierno. Una palabra más respecto de Winnig. No es casual que un dirigente sindical preste semejantes servicios políticos. Podemos decir sin vacilar que los dirigentes sindicales alemanes y los social-demócratas alemanes son los canallas más infames que el mundo haya conocido. [Gritos y aplausos.] ¿Sabéis dónde tendrían que estar los tipos como Winnig, Ebert y Scheidemann? Según el código penal alemán que, se nos dice, sigue en vigor, y sigue siendo la base del sistema legal, ¡deberían estar en la cárcel! [Gritos y aplauso.] Porque el código penal alemán castiga con la cárcel a quien ponga a soldados alemanes al servicio de una potencia extranjera. Hoy, a la cabeza del gobierno “socialista” alemán hay hombres que son no sólo “judas” del movimiento socialista y traidores a la revolución proletaria, sino también criminales, que no merecen codearse con la gente decente. [Fuertes aplausos.] Retomando el hilo de mi discurso, es claro que estas maquinaciones, la formación de Divisiones de Hierro y, sobre todo, el acuerdo con los imperialistas británicos, debe considerarse las últimas reservas, que serán convocadas en caso de necesidad para aplastar al movimiento socialista alemán. Además, el problema cardinal, el de las perspectivas de paz, está ligado íntimamente a este asunto. ¿A qué pueden conducir las negociaciones, sino a un nuevo brote de guerra? Mientras esos canallas hacen su comedia en Alemania, queriendo hacernos creer que trabajan horas extras para tratar de negociar la paz, y declarando que los espartaquistas somos los perturbadores de la paz que intranquilizamos a los aliados y la retrasamos, ellos mismos lanzan nuevamente la guerra, una guerra en el este a la que pronto seguirá una guerra en suelo alemán. Una vez más nos hallamos ante una situación que no puede traer como consecuencia más que una etapa de grandes conflictos. Nos incumbe a nosotros defender, no sólo el socialismo, no sólo la revolución, sino también la paz mundial. He aquí la justificación de la táctica que empleamos en todo momento los del grupo Espartaco durante los cuatro años de guerra. La paz es la revolución mundial del proletariado. Hay una sola manera de imponer y salvaguardar la paz: ¡la victoria del proletariado socialista! [Aplausos prolongados.] ¿Cuáles sen las consideraciones tácticas que debemos deducir de ello? ¿Cuál es la mejor manera de enfrentar la situación que probablemente se nos presentará en el futuro inmediato? Vuestra primera conclusión será indudablemente la esperanza de una próxima caída del gobierno Ebert-Scheidemann, y de que ocupe su lugar un gobierno que se declare socialista revolucionario proletario. Yo os pido que no dirijáis nuestra atención hacia la cumbre, sino a la base. No debemos recaer en la ilusión de la primera fase de la revolución, la del 9 de noviembre; no debemos pensar que cuando queramos realizar la revolución socialista bastará con derrocar al gobierno capitalista y poner otro en su lugar. Hay un solo camino hacia la victoria de la revolución proletaria. Debemos comenzar socavando el gobierno Ebert-Scheidemann, destrozando sus cimientos mediante la movilización revolucionaria masiva del proletariado. Además, permitidme recordaros algunas de las insuficiencias de la revolución alemana, insuficiencias no superadas al cierre del primer acto de la revolución. Distamos de hallamos en una situación en la que la caída del gobierno garantice el triunfo del socialismo. He tratado de demostrar que la revolución del 9 de noviembre fue, ante todo, una revolución política; mientras que la revolución que cumplirá nuestros objetivos ha de ser, además y sobre todo, una revolución económica. Incluso, el movimiento revolucionario abarcó únicamente las ciudades, y hasta el día de hoy no ha llegado a las zonas rurales. El socialismo sería ilusorio si dejara intacto el sistema agrario imperante. Desde la amplia perspectiva de la economía socialista, la industria manufacturera no puede remodelarse a menos que se acelere el proceso mediante la transformación socialista de la agricultura. La idea directriz de la transformación económica que construirá el socialismo es la abolición de la diferencia y contraste entre la ciudad y el campo. Esta separación, este conflicto, esta contradicción es un fenómeno puramente capitalista, y debe desaparecer apenas asumimos el punto de vista socialista. Si la reconstrucción socialista ha de emprenderse con toda la seriedad, nuestra atención debe dirigirse tanto al campo como a los centros industriales, y sin embargo ni siquiera hemos dado el primer paso con respecto a aquél. Esto es esencial, no sólo porque no podemos construir el socialismo sin socializar la agricultura; sino porque, aunque pensemos que ya hemos considerado las últimas reservas de la contrarrevolución, queda otra importante que todavía no hemos tenido en cuenta. Me refiero al campesinado. Precisamente porque el socialismo no los ha tocado aún, los campesinos constituyen una reserva adicional para la burguesía contrarrevolucionaria. Lo primero que harán nuestros enemigos cuando la llama de la antorcha socialista les empiece a quemar los pies, será movilizar a los campesinos, defensores fanáticos de la propiedad privada. Hay una sola manera de adelantarse a esta potencia contrarrevolucionaria amenazante. Debemos llevar la lucha de clases al campo; debemos movilizar al proletariado sin tierras y a los campesinos pobres contra los campesinos ricos. [Fuertes aplausos.] A partir de aquí podemos deducir qué tenemos que hacer para garantizar el triunfo de la revolución. Primero y principal, debemos extender en todas direcciones el sistema de consejos obreros. Lo que queda del 9 de noviembre son los comienzos débiles, y ni siquiera los tenemos todos. Durante la primera fase de la revolución perdimos fuerzas que habíamos adquirido al comienzo. Sabéis que la contrarrevolución se ha empeñado en la destrucción sistemática del sistema de consejos de obreros y soldados. El gobierno contrarrevolucionario de Hesse los ha abolido totalmente; en otras partes el poder ha sido arrancado de sus manos. Entonces, no basta con desarrollar el sistema de consejos de obreros y soldados, sino que debemos inducir a los trabajadores rurales y a los campesinos pobres a adoptar este sistema. Tenemos que tomar el poder, y el problema de la toma del poder se plantea de la siguiente manera: ¿Qué puede hacer, en cada lugar de Alemania, cada consejo de obreros y soldados? [¡Bravo!] Esa es la fuente de poder. Debemos minar el Estado burgués, debemos, en todas partes, poner fin a la separación de poderes públicos, a la división entre los poderes ejecutivo y legislativo. Esos poderes deben unificarse en manos de los consejos de obreros y soldados. Camaradas, tenemos un campo extenso por cultivar. Debemos construir de abajo hacia arriba, hasta que los consejos de obreros y soldados sean tan fuertes que la caída del gobierno Ebert-Scheidemann será el último acto del drama. Para nosotros la conquista del poder no será fruto de un solo golpe. Será un acto progresivo porque iremos ocupando progresivamente las instituciones del Estado burgués, defendiendo con uñas y dientes lo que tomemos. Además, considero, junto con mis colaboradores más íntimos en el partido, que la lucha económica también estará en manos de los consejos obreros. La solución de los problemas económicos, y la expansión del área de aplicación de esta solución, deben estar en manos de los consejos obreros. Los consejos deben ejercer todo el poder estatal. Á ese fin debemos dirigir nuestras actividades en el futuro inmediato, y es obvio que si aplicamos esta línea la lucha no dejará de intensificarse inmediata y colosalmente. Paso a paso, en lucha cuerpo a cuerpo, en cada provincia, en cada ciudad, en cada aldea, en cada comuna, todos los poderes estatales deben pasar, pieza por pieza, de la burguesía a los consejos de obreros y soldados. Pero antes de tomar estas medidas los militantes de nuestro partido y los proletarios en general deben educarse y disciplinarse. Aun en los lugares donde los consejos de obreros y soldados ya existen, no comprenden por qué existen. [¡Muy bien!] Debemos hacer comprender a las masas que el consejo de obreros y soldados debe ser el eje de la maquinaria estatal, que debe concentrar todo el poder en su seno y que debe utilizar dichos poderes para el único inmenso propósito de realizar la revolución socialista. Todavía los obreros organizados para formar consejos de obreros y soldados distan mucho de comprender esa perspectiva, y sólo minorías proletarias aisladas comprenden las tareas que les incumben. Pero no hay razón para quejarse de ello, puesto que es normal. Las masas deben aprender a ejercer el poder, ejerciendo el poder. No hay otro camino. Felizmente, quedaron atrás los días en que nos proponíamos “educar” al proletariado en el socialismo. Parecería que los marxistas de la escuela de Kautsky siguen viviendo en esas épocas pasadas. Educar en el socialismo a las masas proletarias significaba distribuir volantes y folletos, hacer conferencias. Pero ése no es hoy el método de educar a los proletarios. Hoy, los obreros aprenderán en la escuela de la acción. [¡Muy bien!] Nuestro evangelio dice: en el principio era el hecho. La acción significa para nosotros que los consejos de obreros y soldados deben comprender su misión y aprender a convertirse en las únicas autoridades públicas en toda la extensión del reino. Sólo así prepararemos el terreno de modo que todo esté dispuesto cuando llegue la revolución que coronará nuestra obra. Deliberadamente, y con plena conciencia del significado de estas palabras, os dijimos ayer, os dije yo en particular: “¡No creáis que las cosas serán fáciles en el futuro!” Algunos camaradas imaginan erróneamente que yo sostengo que podemos boicotear la Asamblea Nacional y cruzarnos de brazos. Es imposible, en el tiempo que nos queda, discutir a fondo el problema, pero permitidme decir que yo jamás quise significar semejante cosa. Yo quise decir que la historia no va a facilitamos la revolución como facilitó las revoluciones burguesas. En esas revoluciones bastó con derrocar el poder oficial central y entregar la autoridad a unas cuantas personas. Pero nosotros debemos trabajar desde abajo. Allí se revela el carácter masivo de nuestra revolución, que busca transformar la estructura de la sociedad. Es una característica de la revolución proletaria moderna que no debamos conquistar el poder político desde arriba sino desde abajo. El 9 de noviembre fue un intento, un intento débil, desganado, semiconsciente y caótico de derrocar la autoridad pública y poner fin al dominio de la propiedad privada. Lo que nos incumbe ahora es concentrar deliberadamente todas las fuerzas del proletariado para atacar las bases mismas de la sociedad capitalista. Allí, en la base, donde el patrón enfrenta a sus esclavos asalariados; allí, en la raíz, donde los órganos ejecutivos de la propiedad enfrentan a los objetos de su gobierno, a las masas; allí, paso a paso, debemos arrancar el poder de las clases dominantes, tomarlo en nuestras manos. Trabajando con esos métodos puede parecer que el proceso será bastante más pesado de lo que imaginábamos en el primer arrebato de entusiasmo. Creo que debemos comprender con toda claridad las dificultades y complicaciones que aparecen en el camino de la revolución. Espero que en vuestro caso, como en el mío, la descripción de las dificultades enormes que debemos enfrentar, de las inmensas tareas que debemos asumir, no disminuirá el entusiasmo ni paralizará las energías. Todo lo contrario, cuanto mayor la tarea, mayor el fervor con el que concentraréis vuestras energías. Tampoco debemos olvidar que la revolución puede obrar con extraordinaria velocidad. No trataré de predecir cuánto tiempo necesitaremos. ¿Quién de nosotros se preocupa por el tiempo, mientras alcance la vida para lograr el objetivo? Bástenos tener claridad acerca del trabajo que nos aguarda; he tratado de bosquejar lo mejor posible, en rasgos generales, el trabajo que tenemos por delante. [Aplausos tumultuosos.]

VERSIÓN TAQUIGRÁFICA DEL DISCURSO DE CONCLUSIÓN ANTE EL TRIBUNAL DE LEIPZIG PRONUNCIADO EL 16 DE DICIEMBRE 1933

Dimitrov: En virtud del artículo 258 del Código Procesal, tengo derecho a hablar a la vez como defensor y como acusado.
El Presidente: Tiene usted derecho a hablar el último y puede ahora hacer uso de ese derecho.
Dimitrov: En virtud del citado Código, tengo derecho a contestar a la acusación y, por lo tanto, a hablar en último lugar.
¡Señores jueces, señores fiscales, señores defensores! Desde el comienzo de la vista de este proceso, hace tres meses, como acusado, dirigí una carta al presidente del tribunal. En aquella carta decía que lamentaba que mis intervenciones diesen lugar a incidentes, pero que rechazaba categóricamente el que mi conducta se interpretase como un abuso deliberado del derecho a formular preguntas y emitir declaraciones con fines de propaganda. Se comprende que, desde el momento en que se me ha acusado, a pesar de ser inocente, traté de defenderme por todos los medios de que dispongo...
«Reconozco -decía en mi carta- que no todas las preguntas fueron formuladas correctamente, desde el punto de vista de su forma jurídica. Ello se explica, sin embargo, por mi desconocimiento de las leyes alemanas. Además, es la primera vez en mi vida que me veo envuelto en un proceso semejante. Si tuviese un defensor de mi elección, habría podido evitar en su totalidad estos incidentes desfavorables para mi propia defensa. He nombrado a una serie de abogados: a Dechev, a Moro-Giaferi, a Campinchi, a Torrès, a Grigorov, a Leo Gallager (de Norteamérica) y al Dr. Lehmann (de Saarbrücken). Pero el tribunal del Reich, con uno u otro pretexto, ha rechazado todas mis designaciones, hasta ha negado el permiso de entrada al señor Dechev. No abrigo ninguna desconfianza personal contra el señor Doctor Paul Teichert, ni como persona, no como abogado. Pero, en la situación de Alemania, Teichert no puede merecerme la confianza necesaria, en su papel de abogado de oficio. Por eso, trato de defenderme yo mismo y a veces doy pasos falsos, desde el punto de vista jurídico.
En interés de mi defensa ante el tribunal y, creo que, también en interés de la marcha normal del proceso, me dirijo una vez más, la última, a ese supremo tribunal, pidiendo se designe al abogado Marcel Villard, que ya ha recibido la autorización de mi hermana, para hacerse cargo de mi defensa. Si esta última proposición mía es rechazada también, desgraciadamente, no me quedará otro medio que defenderme yo mismo en la medida de mis fuerzas y como mejor sepa».
Como esta proposición también fue rechazada, decidí defenderme yo mismo. Puesto que no necesito de la miel, ni el veneno de la elocuencia del defensor que se me impuso, me he defendido todo el tiempo sin la ayuda del abogado.
Naturalmente que en modo alguno me hago solidario del informe del abogado Teichert. Lo que ha de tomarse en cuenta para la defensa es sólo lo dicho por mí ante el tribunal, hasta el presente y lo que voy a decir ahora. No quisiera agraviar a Torgler, que, a mi juicio, ha sido ya bastante agraviado por su defensor, pero debo decir abiertamente: prefiero ser condenado injustamente a muerte por la justicia alemana, que ser absuelto por una defensa como la que hizo de Torgler el Dr. Sack.
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) Aquí usted no tiene derecho a criticar.
Dimitrov: Mi lenguaje es apasionado y duro, lo reconozco, pero también mi lucha y mi vida han sido siempre duras y apasionadas. Mi lenguaje es un lenguaje franco y sincero. Estoy acostumabrado a llamar a las cosas por su nombre. No soy un abogado que defiende por deber a su cliente.
Me defiendo a mí mismo, como comunista acusado.
Defiendo mi honor personal de comunista, mi honor de revolucionario.
Defiendo mis ideas, mis convicciones comunistas.
Defiendo el sentido y el contenido de mi vida.
Por esta razón, cada palabra pronunciada por mí ante el tribunal es , por decirlo así, sangre de mi sangre y carne de mi carne. Cada palabra mía es la expresió de mi indignación más profunda contra esta injusta acusación, contra el hecho de que se impute a los comunistas un crimen tan anticomunista.
Se me ha reprochado reiteradamente no tomar en serio al Tribunal Supremo alemán. Este reproche es absolutamente injusto.
Es cierto que para mí, como comunista, la suprema ley es el programa de la Internacional Comunista y el Tribunal Supremo - la Comisión de Control de la Internacional Comunista.
Pero, como acusado, el Tribunal Supremo es para mí un tribunal, ante el que es preciso adoptar una actitud seria, no sólo por el hecho de hallarse integrado por jueces de una especial calificación, sino también porque este tribunal es un órgano sumamente importante del poder del Estado, un importante órgano del régimen social imperante, tribunal que puede condenar en forma inapelable a la mayor pena. Puedo decir con la conciencia tranquila ante el tribunal, y, por lo tanto, ante la opinión pública también, que he dicho la verdad y sólo la verdad en todos los apuntes. En lo tocante a mi Partido colocado en la ilegalidad, me he abstenido de hacer toda clase de declaraciones. He hablado siempre con seriedad y con el sentimiento de la más profunda convicción.
El Presidente: No toleraré que se ocupe usted aquí, en esta sala, de propaganda comunista. Lo ha estado usted haciendo durante todo el tiempo. Si sigue, le retiraré la palabra.
Dimitrov: Debo rechazar categóricamente la afirmación de que persigo fines de propaganda. Podrá pensarse que mi defensa ante el tribunal encerraba cierta eficacia propagandista. Admito que mi conducta ante el tribunal puede servir de ejemplo para un comunista acusado. Pero no era ese el objetivo de mi defensa. Mi objetivo ha consistido en rechazar la acusación, según la cual, Dimitrov, Torgler, Popov y Tanev, el Partido Comunista de Alemania y la Internacional Comunista tienen algo que ver con el incendio.
Yo sé que en Bulgaria nadie cree en nuestra supuesta participación en el incendio del Reichstag. Sé que en el extranjero no hay, en general, nadie que dé crédito a esto. Pero en Alemania las circunstancias son diferentes: aquí, podrían creerse tales afirmaciones extrañas. Por eso he querido demostrar que el Partido Comunista no ha tenido, ni tiene que ver nada con tal delito.
Si se habla de propaganda, hay que decir que muchas de las intervenciones hechas ante el tribunal han tenido este carácter. También las intervenciones de Göbbels y de Göring han ejercido una acción indirecta de propaganda a favor del comunismo, pero nadie puede hacerles responsables de ello. (Animación y risas en la sala).
La prensa no sólo me ha denigrado en todas las formas posibles -esto es lo que menos me preocupa- sino que, en relación conmigo, se ha motejado de "salvaje" y de "bárbaro" al pueblo búlgaro, a mí se me ha llamado "el tenebroso sujeto balcánico", el "búlgaro salvaje", y esto no puedo pasarlo por alto.
Es cierto que el fascismo búlgaro es salvaje y bárbaro. Pero la clase obrera, los campesinos y los intelectuales populares de Bulgaria, que están al lado del pueblo, no son, en modo alguno bárbaros, ni salvajes. El nivel material y cultural de los Balcanes no es indudablemente tan elevado como el de otros países europeos; pero, espiritual y políticamente, las masas del pueblo de mi país no ocupan un nivel más bajo que las masas de los dem´s países de Europa. En Bulgaria, nuestras luchas políticas, nuestras aspiraciones políticas no son inferiores a las de otros países. Un pueblo que ha vivido durante quinientos años bajo el yugo extranjero, sin perder su idioma, ni su nacionalidad, una clase obrera y una masa campesina como las nuestras que han luchado y siguen luchando contra el fascismo búlgaro y por el Comunismo, un pueblo tal no es bárbaro, ni salvaje. Los bárbaros y salvajen en Bulgaria son solamente los fascistas. Pero, yo pregunto, señor Presidente:¿En qué país no son los fascistas bárbaros y salvajes?
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) ¿No aludirá usted, por supuesto, a la situación política de Alemania?
Dimitrov: (con una sonrisa irónica) ¡Naturalmente que no, señor Presidente!
Mucho antes de la época en que el emperador alemán Carlos V dijera que "sólo hablaba en alemán con sus caballos" y que los hidalgos alemanes y la gente instruída escribían sólo en latín y se sentían avergonzados de la lengua alemana, en la "bárbara" Bulgaria, los apóstoles Cirilo y Método habían creado y difundido la antigua escritura búlgara.
El pueblo búlgaro luchó con todas sus fuerzas y con todo tesón contra el yugo extranjero. Por eso protesto contra los ataques de que se hace objeto al pueblo búlgaro. No tengo por qué avergonzarme de ser búlgaro y me enorgullezco de ser hijo de la clase obrera de Bulgaria.
Antes de abordar la cuestión de fondo, debo decir lo siguiente: el Dr. Teichert nos ha reprochado el que nos hubiésemos colocado nosotros mismos en la situación de acusados por el incendio del Reichstag. A esto debo contestar que, desde el 9 de marzo, en que fuimos detenidos, hasta que se abrió este proceso, transcurrió mucho tiempo. En este tiempo habrían podido investigarse todos los factores que dejaban margen a sospechas. Durante la instrucción del sumario hablé con funcionarios responsables de la llamada «Comisión del Incendio del Reichstag». Dichos funcionarios me dijeron que los búlgaros no eran culpables del incendio del Reichstag. Sólo se nos acusaba de haber vivido con pasaportes falsos, bajo nombres falsos, sin inscribirnos...etc.
El Presidente: Lo que acaba usted de decir no se ha discutido en el proceso; por tanto, no tiene usted derecho a referirse a ello.
Dimitrov: Señor Presidente, en ese tiempo se debieron analizar todos los datos para descargarnos oportunamente de esta acusación. En el acta de acusación, se dice que Dimitrov, Popov y Tanev afirman ser emigrados búlgaros. Sin embargo, a pesar de ello, hay que reputar como probado que residían en Alemania para los fines del trabajo clandestino. Son, se dice en el acta de la acusación, los "agentes del Partido Comunista de Moscú para preparar la insurrección armada".
En la página 83 del acta de acusación se dice que, a pesar de que Dimitrov manifiesta haber estado ausente de Berlín desde el 25 al 28 de febrero, esto no altera la cosa, ni le descarga de la acusación de complicidad con el incendio del Reichstag. Así lo atestiguan -indica más adelante el acta de acusación- no sólo las declaraciones del Hellmer sino también otros muchos hechos que indican que...
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) No debe usted dar lectura al acta de acusación que conocemos suficientemente.
Dimitrov: Debo decir que tres cuartas partes de todo lo que el fiscal y los defensores dijeron aquí, ante el tribunal, hace tiempo ya que es conocido por todos y, a pesar de ello, volvieron a repetirlo. (Animación y risas en la sala). Hellmer ha dicho que Dimitrov y Van der Lubbe habían estado en restaurante Bayernhof. Más adelante, se lee en el acta de acusación:
«Aunque Dimitrov no haya sido sorprendido in fraganti en el lugar del delito, ha intervenido, sin embargo, en la preparación del incendio del Reichstag. Se trasladó a Munich para preparar su "coartada". Los folletos encontrados en poder de Dimitrov demuestran que participaba en el movimiento comunista de Alemania.»
Tal era la base de esta acusación prematura, que ha resultado ser un aborto.
El Presidente: (Interrumpiendo a Dimitrov) No debe usted emplear semejantes expresiones, refiriéndose a la acusación.
Dimitrov: Buscaré otra expresión.
El Presidente: Pero no tan inadmisible.
Dimitrov: Vuelvo, en otro respecto, a los métodos de la acusación y al acta de acusación.
El carácter de este proceso estaba trazado de antemano por la tesis de que el incendio del Reichstag era obra del Partido Comunista de Alemania, e incluso del comunismo mundial. Este acto anti-comunista, el incendio del Reichstag, les ha sido imputado a los comunistas y se les ha presentado como señal para la insurrección comunista, como señal para hacer cambiar la Constitución de Alemania. Con ayuda de esta tesis, se imprimió a todo el proceso un sello anticomunista. En el acta de acusación, se dice:
«…La acusación estima que este atentado criminal había de ser la llamada, la señal para los enemigos del Estado, quienes se proponí,an emprender luego un ataque general contra el Estado alemán con el fin de destruirlo e instaurar en su lugar la dictadura del proletariado, el Estado Soviético, por obra y gracia de la Tercera Internacional...».
Señores jueces: no es la primera vez que se imputan a los comunistas semejantes atentados. No puedo citar aquí todos los ejemplos de esta índole. Mencionaré el atentado ferroviario de Alemania, cerca de Jüterborg, cometido por un aventurero y provocador anormal. Por aquel entonces, se difundió, durante semanas enteras, no s´lo en Alemania, sino también en otros países, la afirmación de que aquel atentado era obra del Partido Comunista de Alemania, de que era un acto terrorista de los comunistas. Luego, el autor resultó ser el anormal y aventurero Matuschka, que posteriormente fuera detenido y condenado.
Recordaré otro ejemplo, el asesinato del presidente de la República Francesa, por Gorgulov. También entonces se dijo en todos los países que este atentado era obra de los comunistas. A Gorgulov se le presentaba como un comunista, como un agente soviético. Y ¿qué resultó? Que dicho atentado habí,a sido organizado por los guardias blancos, y Gorgulov resultó ser un provocador que quería conseguir la ruptura de las relaciones entre Francia y la Unión Soviética.
Recordaré también el atentado contra la Catedral de Sofia. Este atentado no fue organizado por el Partido Comunista de Bulgaria. Pero, a raíz de él, el Partido Comunista fue perseguido. Dos mil obreros, campesinos e intelectuales fueron asesinados bestialmente por las bandas fascistas, con el pretexto de que la catedral había sido volada por los comunistas. Este acto de provocación fue organizado por la policía búlgara. Todavía en 1920, el propio Prutkin, jefe de la policía de Sofia, organizó una explosión de dinamita durante la huelga de los ferroviarios, como medio para provocar a los obreros búlgaros.
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) Eso no tiene nada que ver con el proceso.
Dimitrov: El funcionario de policía Séller ha hablado aquí de la incitación comunista al incendio... etc. Yo le pregunté si conocía casos en que los incendios fueran hechos por los patronos y luego imputados a los comunistas. En el «Völkischer Beobachter» del 5 de octubre, se dice que la policía de Settin...
El Presidente: Este artículo no ha sido unido al proceso...
Dimitrov: (trata de continuar).
El Presidente: No tiene usted derecho a hablar de eso, puesto que el hecho no se ha mencionado durante el proceso.
Dimitrov: Toda una serie de incendios...
El Presidente: (interrumpe de nuevo a Dimitrov).
Dimitrov: Esto fue objeto de un atentado, porque toda una serie de incendios fueron imputados a los comunistas. Luego, resultó que habían sido obra de los patronos. «¡Con el fin de proporcionar trabajo!»
Recordaré otro hecho: la falsificación de documentos. Hay una gran cantidad de falsificaciones que fueron explotadas contra la clase obrera. Estos casos son muy numerosos. Sólo recordaré la pretendida carta de Zinoviev, que fue una falsificación, explotada por los conservadores ingleses contra la clase obrera. Recordaré una serie de falsificaciones hechas aquí, en Alemania...
El Presidente: Eso excede los marcos de la investigación judicial.
Dimitrov: Aquí se ha afirmado que el incendio del Reichstag habí de servir de sñal para la insurrección armada. Se ha tratado de demostrarlo del siguiente modo:
Göring ha dicho, ante el tribunal, que el Partido Comunista alemán se habíha visto obligado, desde el momento en que Hitler asumió el poder, a atizar el estado de ánimo de sus masas y a emprender algo. Dijo: "¡Los comunistas no tenían más remedio que hacer algo, o ahora o nunca!" Dijo que el Partido Comunista llevaba ya años y años llamando a la lucha contra el nacional-socialismo y que desde el momento de la toma del poder por los nacional-socialistas el Partido Comunista de Alemania no tenía más salida que lanzarse a la acción. ¡Ahora o nunca! El Fiscal general trató de formular esta misma tesis con mayor exactitud y aún «más hávilmente».
El Presidente: No permitiré que agravie usted al Fiscal general.
Dimitrov: El Fiscal general ha desarrollado aquí, como acusador público, lo afirmado por Göring. El Fiscal general, señor Werner, ha dicho:
«El Partido Comunista se hallaba en tal situación, que tenía que emprender la retirada, sin combate, o aceptarlo sin haber terminado aún sus preparativos. Era la única carta que le quedaba al Partido Comunista, en aquellas circunstancias. O renunciar sin lucha a su objetivo, o lanzarse a un acto de desesperación, jugarse el todo por el todo: era lo único que, en aquellas circunstancias, podía salvar la situación. Podía fracasar, pero aunque así fuere, la situación no sería peor que si el Partido Comunista retrocediera sin lucha.»
La tesis, que se lanza y se atribuye al Partido Comunista, no es una tesis comunista. Una hipótesis de esta naturaleza demuestra que los enemigos del Partido Comunista de Alemania lo conocen mal. Para luchar con acierto contra el enemigo, hay que conocerle. La prohibición del Partido, la disolución de las organizaciones de masas, la pérdida de la legalidad, todo esto representa, naturalmente, un duro golpe para el movimiento revolucionario. Pero dista mucho de significar que con ello todo está perdido.
En febrero de 1933, el Partido Comunista se hallaba bajo la amenaza de la ilegalidad. La prensa comunista estaba suspendida y se esperaba la prohibicioón del Partido Comunista. El Partido Comunista de Alemania sabía muy bien que en muchos países estaban prohibidos los Partidos Comunistas, pero que a pesar de ello continuaban trabajando y luchando. El Partido Comunista está prohibido en Polonia, en Bulgaria, en Italia y en algunos otros países. Yo puedo hablar de esto sobre la base de la experiencia del Partido Comunista Búlgaro. Después del Levantamiento de 1923, el Partido Comunista Búlgaro fue prohibido; pero trabajaba y, aunque ello haya costado grandes sacrificios, se ha hecho más fuerte de lo que era en 1923. Esto lo comprende toda persona dotada de sentido crítico.
El Partido Comunista de Alemania, aun siendo ilegal, en una situación apropiada, puede realizar la revolución. Esto lo demuestra la experiencia del Partido Comunista de Rusia. El Partido Comunista de Rusia era ilegal, sufría sangrientas persecuciones, pero más tarde, la clase obrera, con el Partido Comunista a la cabeza, llegó al Poder. Las cabezas dirigentes del Partido Comunista de Alemania no podían pensar que «todo estaba perdido», ni que estaban ante el dilema de ¡insurrección o muerte! La dirección del Partido Comunista de Alemania sabía perfectamente que el trabajo ilegal costaría numerosos sacrificios y exigiría valor y abnegación, pero sabía también que sus fuerzas revolucionarias se fortificaban y que sería capaz de cumplir las tareas que tenía planteadas. Por eso, está absolutamente descartado que el Partido Comunista de Alemania haya querido, en aquel momento, jugarse el todo por el todo. Los comunistas no son, afortunadamente, tan miopes, como sus enemigos, ni pierden la cabeza en las situaciones difíciles.
A esto hay que añadir que el Partido Comunista de Alemania y los demás Partidos Comunistas son Secciones del Internacional Comunista. ¿Qué es la Internacional Comunista? Me permitiré citar sus estatutos.
El primer párrafo de los estatutos dice así:
«La Internacional Comunista, asociación internacional de los obreros, es la unificación de los Partidos Comunistas de los distintos paÍses en un único Partido Comunista mundial.
Como guía y organizador del movimiento revolucionario del proletariado y portavoz de los principios y de los objetivos del comunismo, la Internacional Comunista lucha por la conquista de la mayoría de la clase obrera y de las extensas masas de los campesinos pobres, por la instauración de la dictadura del proletariado, por la creación de la Federación mundial de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por la supresión total de las clases y por la realización del socialismo, primera etapa de la sociedad comunista.»
En este Partido Mundial de millones de hombres, que es la Internacional Comunista, el Partido más fuerte es el Partido Comunista de la Unión Soviética. Es el Partido que gobierna en la Unión Soviética, en el Estado más grande del mundo. La Internacional Comunista, el Partido Comunista mundial, analiza la situación política conjuntamente con al direccción de los Partidos Comunistas de todos los países.
La Internacional Comunista, ante la cual son directamente responsables todas las Secciones, no es una organización de conspiradores, sino un Partido mundial. Semejante Partido mundial no juega con la insurrección, ni con la revolución. Semejante Partido mundial no puede decir oficialmente a sus millones de partidarios una cosa y, al mismo tiempo, hacer secretamente lo contrario. ¡Semejante Partido, queridísimo Dr. Sack, no conoce la contabilidad por partida doble!
El Dr. Sack: Muy bien, prosiga usted su propaganda comunista.
Dimitrov. Semejante Partido, al dirigirse a los millones de proletarios, al adoptar sus decisiones sobre la táctica y sobre las tareas inmediatas, lo hace seriamente, con plena conciencia de su responsabilidad. Citaré, la resolución del XII Pleno del C.E. de la I.C. Puesto que en el proceso se ha hablado de estas resoluciones, tengo derecho a darles lectura.
De acuerdo con estas resoluciones, la tarea fundamental del Partido Comunista alemán era la suguiente:
«Movilizar a las grandes masas de trabajadores para la defensa de sus intereses más vitales, contra la feroz expoliación por el capital monopolista, contra el fascismo, contra los decretos-leyes, contra el nacionalismo y el chovinismo, luchando por el internacionalismo proletario y desarrollando las huelgas económicas y políticas y las manifestaciones, conduciendo a las masas a la huelga política general; conquistar a las principales masas de la socialdemocracia, liquidar resueltamente los aspectos débiles del movimiento sindical. La principal consigna que el Partido Comunista alemán debe oponer a la de la dictadura fascista (el "Tercer Imperio"), así como a la consigna de la socialdemocracia (la "Segunda República") debe ser la República Obrera y Campesina, es decir la Alemania Socialista Soviética, asegurando de este modo la posibilidad de la incorporación voluntaria de los pueblos de Austria y de las demás regiones alemanas».
¡Trabajo de masas, lucha de masas, resistencia de masas, frente único y nada de aventuras! - tal es el principio y el fin de la táctica comunista.
Se ha encontrado entre mis papeles un llamamiento del C.E. de la Internacional Comunista. Entiendo que también este documento puede ser citado aquí. En este llamamiento hay dos puntos sumamente importantes. Se habla de manifestaciones en los distinto países con motivo de los acontecimientos de Alemania. Se habla de las tareas del Partido Comunista en la lucha contra el terror nacional-socialista, así como de la defensa de las organizaciones y de la prensa de la clase obrera. En este llamamiento se dice, entre otras cosas:
«El principal obstáculo en el camino de la formación del frente único de lucha de los obreros comunistas y socialdemócratas ha sido y sigue siendo la política de colaboración con la burguesía, llevada a cabo por los partidos socialdemócratas, que abandonan hoy al proletariado internacional bajo los golpes del enemigo de clase. Esta política de colaboración con la burguesía, conocida con el nombre de política del "mal menor", ha conducido en la práctica, en Alemania, al triunfo de la reacción fascista.
La Internacional Comunista y los Partidos Comunistas de todos los países han declarado reiteradamente que están dispuestos a ir a la lucha conjunta con los obreros socialdemócratas, contra la ofensiva del capital, contra la reacción política y la amenaza de guerra. Los Partidos Comunistas han sido los organizadores de la lucha conjunta de los obreros comunistas, socialdemócratas y sin partido, a despecho de los jefes socialdemócratas, saboteadores sistemáticos del frente único de las masas obreras. Ya el 20 de junio del año último después de la derrota del gobierno socialdemócrata prusiano por von Papen, el Partido Comunista de Alemania se dirigió al Partido socialdemócrata de Alemania y a su Central Sindical Alemana con la proposición de organizar la huelga conjunta contra el fascismo. Pero el Partido socialdemócrata y la Central Sindical Alemana, con la aquiescencia de toda la Segunda Internacional, calificaron de provocación esta proposición de huelga conjunta. El Partido Comunista de Alemania formuló, de nuevo, al subir Hitler al poder, la proposición de organizar conjuntamente la resistencia contra el fascismo, pero también esta vez obtuvo la negativa del Comité Central del Partido Socialdemócrata y de la directiva de la Central Sindical Alemana. Mas aun cuando, en noviembre del año pasado, los obreros del transporte de Berlín declararon unánimemente la huelga contra la rebaja de los salarios, la socialdemocracia saboteó el frente único de lucha. La práctica del movimiento obrero internacional está llena de ejemplos semejantes.
En el llamamiento lanzado por el Buró de la Internacional Obrera Socialista el 19 de febrero del año actual, figura la declaración de que los partidos socialdemócratas afiliados a esa Internacional están dispuestos a establecer el frente único con los comunistas para luchar contra la reacción fascista en Alemania. Esta declaración se halla en completa pugna con todos los actos realizados hasta hoy por la Internacional Socialista y por los partidos socialdemócratas.
Toda la política y toda la actividad de la Internacional Socialista hasta ahora dan motivos a la Internacional Comunista y a los Partidos Comunistas para no creer en la sinceridad de la declaración del Buró de la Internacional Obrera Socialista, que lanza esta proposición en un momento en que en una serie de países, y sobre todo en Alemania, la misma masa obrera toma en sus manos la organización del frente único de lucha.
Sin embargo, frente al fascismo, que ataca a la clase obrera de Alemania, que desencadena todas las fuerzas de la reacción mundial, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista exhorta a todos los Partidos Comunistas a que hagan una tentativa más para establecer por mediación de los Partidos Socialdemócratas el frente único con las masas obreras socialdemócratas. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista hace esta tentativa con la firme convicción de que el frente único de la clase obrera contra la burguesía rechazaría la ofensiva del capital y del fascismo y aceleraría extraordinariamente el fin inevitable de toda la explotación capitalista.
En arreglo con las condiciones peculiares de los distintos países y a diferencia de las tareas concretas de las luchas planteadas ante la clase obrera de cada uno de esos países, los acuerdos que se sellan entre los Partidos Comunistas y los Partidos Socialdemócratas para trazar las acciones contra la burguesí pueden realizarse con la máxima eficacia dentro del marco de cada país. Por eso, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista recomienda a los Partidos Comunistas que presenten a los Comités Centrales de los Partidos Socialdemócratas, que integran la Internacional Socialista, proposiciones congruentes, encaminadas a realizar acciones conjuntas contra el fascismo y contra la ofensiva del capital. Estas negociaciones deben tener como base las condiciones elementales de lucha conjunta contra la ofensiva del capital y del fascismo. Sin un programa concreto de acciones contra la burguesía, todo acuerdo entre los Partidos iría dirigido contra los intereses de la clase obrera...
El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista hace estas proposiciones ante toda la clase obrera internacional y exhorta a todos los Partidos Comunistas y, en primer término, al Partido Comunista de Alemania, a que emprendan inmediatamente la organización de comités conjuntos de lucha, tanto con los obreros socialdemócratas, como con los de todas las demás tendencias, sin aguardar a los resultados de las negociaciones y de los acuerdos con la socialdemocracia sobre la lucha común.
Con sus largos años de lucha, los comunistas han demostrado que se encuentran y se encontrarán siempre, no de palabra, sino de hecho, en las primeras filas de lucha por el frente único de las acciones de clase contra la burguesía.
El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista está firmemente convencido de que los obreros socialdemócratas y sin partido, independientemente de la actitud que los líderes de la socialdemocracia mantengan respecto a la creación del frente único, allanarán todos los obstáculos y realizarán, conjuntamente con los comunistas, el frente único, no de palabra, sino de hecho.
Hoy precisamente, en que el fascismo alemán, con el fin de destruir el movimiento obrero en Alemania, ha organizado una provocación nunca vista (incendio del Reichstag, falsificación de documentos sobre la insurrección), todo obrero debe ver claro su deber de clase en la lucha contra la ofensiva del capital y contra la reacción fascista».
Este llamamiento no contiene ni una sola palabra sobre la lucha inmediata por el poder. Esta tarea no ha sido planteada ni por el Partido Comunista de Alemania, ni por la Internacional Comunista. Pero yo podría decir que el llamamiento de la Internacional Comunista prevé la posibilidad de la insurrección armada.
De esto el tribunal ha sacado la conclusión de que, puesto que el Partido Comunista se impone como objetivo la insurrección armada, ello quiere decir que ésta se estaba preparando y había de estallar inmediatamente. Pero esto es ilógico, erróneo, para no emplear un término más fuerte. Sí, el luchar por la dictadura del proletariado, es, naturalmente, la misión del Partido Comunista del mundo entero. Ese es nuestro principio, nuestro objetivo.
Pero éste es un programa concreto, para cuya realización hacen falta las fuerzas no solamente de la clase obrera, sino también de las demás capas de las masas trabajadoras.
Todo el mundo sabe que el Partido Comunista de Alemania era partidario de la revolución proletaria. Pero no es ésta la cuestión que hay que ventilar en este proceso. El problema está en saber si realmente se había señalado la insurrección con objeto de adueñarse del poder para el 27 de febrero, en relación con el incendio del Reichstag.
¿Cuál ha sido el resultado del sumario, señores jueces? La leyenda, según la cual el incendio del Reichstag fue obra de los comunistas, se ha desmoronado. Yo no citaré aquí las declaraciones de los testigos, como han hecho los otros defensores. Pero para toda persona que esté en su sano juicio esta cuestión puede considerarse completamente dilucidada. El incendio del Reichstag no está vinculado en absoluto con la actuación del Partido Comunista, no ya con la insurreción, sino ni siquiera con las manifestaciones, no con la huelga, no con otras acciones de la misma naturaleza. Esto lo demuestra palmariamente el sumario. El incendio del Reichstag -no me refiero a las afirmaciones de delincuentes o anormales- no ha sido interpretado por nadie como una señal para la insurrección. Nadie se percibió de acto alguno, ni de tentativa alguna para la insurrección, a raíz del incendio del Reichstag. Todas las leyendas difundidas en este sentido nacieron ya con posterioridad a aquel entonces. Los obreros se encontraban a la defensiva ante el avance del fascismo. El Partido Comunista de Alemania trataba de organizar la resistencia de las masas, su defensa. Y se ha demostrado que el incendio del Reichstag fue el pretexto, el preludio, para una amplia cruzada de aniquilación de la clase obrera y su vanguardia, el Partido Comunista de Alemania.
Se ha demostrado irrefutablemente que los representantes responsables del gobierno ni siquiera pensaron, el 27-28 de febrero, en la posibilidad de que sobreviniese una insurrección comunista. En relación con esto, he formulado muchas preguntas a los testigos citados aquí en el proceso. He interrogado, principalmente a Seller, al célebre Karwahne (hilaridad en la sala), a Frey, al conde de Helldorf, a los funcionarios de la policía. No obstante las distintas versiones, todos han coincidido en que no habían oído nada sobre la inminente insurrección comunista. Esto quiere decir que en los círculos del gobierno no se había tomado absolutamente ninguna medida.
El Presidente: Sin embargo, se ha presentado al tribunal una comunicación del jefe del Departamento de policía del Oeste sobre este asunto.
Dimitrov: El jefe del Departamento de policía del Oeste expone en su comunicación que Göring le llamó y le dió instrucciones verbales sobre la lucha contra el Partido Comunista, es decir, sobre la lucha contra los mitines, huelgas, manifestaciones, campañas electorales comunistas... etc. Pero esa comunicación no habla de que se adoptasen medidas contra una insurrección comunista inminente.
También el abogado Seuffert habló ayer aquí de esto. Y sacaba la conclusión de que en los círculos del gobierno en aquel momento nadie esperaba la insurrección. Seuffert se refería a Göbbels, al indicar que éste, en un principio, no había dado crédito a la noticia del incendio del Reichstag. No nos incumbe saber si fue así o no.
En este sentido, también constituye una prueba el decreto-ley del gobierno alemán, dictado el 28 de febrero de 1933. Este decreto fue promulgado inmediatamente después del incendio. Lean este decreto. ¿Qué dice? Dice que quedan derogados tales y cuales artículos de la Constitución, o sea los artículos concernientes a la libertad de asociación y de prensa, a la inviolabilidad de las personas, de los domicilios... etc. En esto consiste el fondo del citado decreto-ley, de su segundo artículo. La cruzada contra la clase obrera.
El Presidente: No contra la clase obrera, sino contra los comunistas...
Dimitrov: He de decir que mediante este decreto-ley han sido detenidos no sólo comunistas, sino también obreros socialdemócratas y cristianos y disueltas sus organizaciones. Quisiera subrayar que este decreto-ley no iba dirigido solamente contra el Partido Comunista de Alemania, aunque fuese sobre todo contra él, sino también contra los demás partidos y grupos de ooposición. Este decreto era necesario para implantar el estado de urgencia y estaba relacionado directa y orgánicamente con el incendio del Reichstag.
El Presidente: Si ataca al gobierno alemán, le retirarée la palabra.
Dimitrov: En este proceso, hay una cuestión que no ha sido ventilada en absoluto.
El Presidente: Usted debe dirigirse a los jueces y no al público, de otro modo su discurso será considerado como propaganda.
Dimitrov: Una cuestión ha quedado sin dilucidar por la acusación y por los defensores. No me extraña que lo hayan considerado innecesario. Temen mucho a esta cuestión. Es la cuestión de la situación política de Alemania en febrero. Debo detenerme un poco sobre esto.
A fines de febrero, la situación política era tal que en el campo del frente nacional se estaba desarrollando una lucha...
El Presidente: Entra usted de nuevo en un asunto que más de una vez le he prohibido tratar.
Dimitrov: Quisiera recordar mi petición al juez de que fuesen citados una serie de testigos: Schleicher, Brü&ning, Papen, Hugenberg, el antiguo vicepresidente de los cascos de acero, Düsterberg y otros.
El Presidente: Pero el tribunal denegó la citación de estos testigos. Por lo tanto, no debe usted insistir en esto.
Dimitrov: Ya lo sé, y sé también por qué.
El Presidente: Me es molesto tener que interrumpirle constantemente en sus palabras finales, pero debe usted atenerse a mis indicaciones.
Dimitrov: Esta lucha intestina dentro del campo nacionalista se desarrollaba como consecuencia de la lucha librada entre bastidores en los círculos financieros. Por una parte, los círculos de Thyssen y Krupp (industria de guerra), que durante muchos años habían subvencionado el movimiento nacional-socialista, y, por otra, sus competidores, que debían ser desplazados a segundo plano.
Thyssen y Krupp querían implantar en el país el principio del poder personal y el régimen absoluto bajo su dirección práctica, el principio de la franca reducción del nivel de vida de la clase obrera, para lo cual había que aplastar al proletariado revolucionario. En aquel período, el Partido Comunista tendía a crear el frente único, con objeto de unificar las fuerzas para la defensa contra las tentativas de los nacional-socialistas de destruir el movimiento obrero. Una parte de los obreros socialdemócratas sentía la necesidad del frente único de la clase obrera. La comprendía. Muchos millares de obreros socialdemócratas se habían pasado a las filas del PC de Alemania. Pero, en febrero y marzo, la tarea del establecimiento del frente único no significaba en absoluto la insurrección, ni su preparación; sólo significaba la movilización de la clase obrera contra la cruzada de expoliación de los capitalistas y contra la violencia de los nacional-socialistas.
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) Usted ha dicho siempre que s&oacuet;lo se interesaba por la situación de Bulgaria; pero sus manifestaciones de ahora demuestran que ha seguido también con gran interés los asuntos políticos de Alemania.
Dimitrov: ¡Señor Presidente! Me lanza usted un reproche. Le puedo objetar del modo siguiente: como revolucionario búlgaro, me intereso por el moviemiento revolucionario de todos los países; me intereso, por ejemplo, por los problemas políticos de la América del Sur y los conozco tal vez no peor que las cuestiones de Alemania, aunque jamás haya estado en América. Diré de paso que ello no significa que, si en la América del Sur llegara a arder algún Parlamento, yo hubiese de ser el culpable.
Durante el sumario de este proceso, he conocido muchos detalles. En la situación plítica de aquel período había dos factores fundamentales: primero, la tendencia de los nacional-socialistas de lograr la dominación exclusiva; el segundo factor, contrapeso del primero, era la actuación del Partido Comunista, encaminada a la creación del frente único de los obreros. A mi juicio, esto se ha revelado también durante el sumario de este proceso.
Los nacional-socialistas necesitaban una maniobra para distraer la atención de las dificultades existentes en el campo nacional y malograr el frente único de los obreros. El "gobierno nacional" necesitaba un motivo conmocional para lanzar su decreto-ley del 28 de febrero, derogando la libertad de prensa y de inviolabilidad de las personas e instaurando el sistema de represiones policíacas, de campos de concentración y demás medidas de lucha contra los comunistas.
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) Ha llegado usted al límite máximo, hace usted alusiones.
Dimitrov:Solamente quiero examinar la situación política de Alemania en vísperas del incendio del Reichstag, tal como yo la entiendo.
El Presidente: No es este el lugar para hacer alusiones con respecto al gobierno y para afirmaciones que hace mucho han sido refutadas.
Dimitrov: La clase obrera tenía que defenderse con todas sus fuerzas y, para este objeto, el Partido Comunista trataba de organizar el frente único, pese a la resistencia de Wels y Breitscheid, que ahora en el extranjero dejan oír sus aullidos histéricos.
El Preidente: Si quiere, debe usted entrar en su defensa; de lo contrario, no le quedaráa tiempo suficiente para ello.
Dimitrov: Ya he declarado antes que en un punto estoy de acuerdo con el acta de acusación. Y ahora voy a confirmar este acuerdo. Se trata de la cuestión de si van der Lubbe ha cometido el incendio él solo, o tuvo cómplices. El representante de la acusación, Parisius, ha declarado aquí que del modo cómo se resolviese la cuestión de si Van der Lubbe tuvo o no cómplices, dependía la suerte de los acusados. Y a esto, yo contesto: ¡No, mil veces no! La conclusión del Fiscal no es lógica. Yo entiendo, efectivamente, que Van der Lubbe no ha incendiado él solo el Reichstag. Sobre la base de los informes periciales y de los datos del sumario, llego a la conclusión de que el incendio producido en la sala de sesiones del Reichstag era de distinta clase que el del restaurante del piso bajo... etc... etc. La sala de sesiones fue incendiada por otra gente y con otros medios. El incendio de Lubbe y el incendio producido en la sala de sesiones sólo coinciden en el tiempo; en lo demás, se diferencian radicalmente. Lo más probable es que Lubbe haya sido un instrumento inconsciente en manos de esos hombres, instrumento, del que éstos abusaron. Van der Lubbe no dice aquí todo lo que sabe. Sigue obstinado en su silencio. El modo cómo se resuelve esta cuestión no decide la suerte de los acusados. Van der Lubbe no estaba solo, pero ni Torgler, ni Popov, ni Tanev, ni Dimitrov estaban con él.
El 26 de febrero, Van der Lubbe encontraría en Hennigsdorf, con seguridad, a una persona, a la que confió sus propósitos de incendiar el Ayuntamiento y el Palacio. Esta persona le sugirió que semejantes incendios sólo eran "juegos de chicos", que la verdadera hazaña sería incendiar el Reichstag durante las elecciones. Y así, de una alianza misteriosa entre la locura política y la provocación política, nació el incendio del Reichstag. El aliado que representaba a la locura política se siente en banquillo de los acusados. Los aliados que representan la provocación política siguen en libertad. El estúpido de Van der Lubbe no podía saber, entonces, que mientras él se entretení,a con sus torpes tentativas de incendiar el restaurante, el pasillo y el primer piso, en ese mismo instante, gente desconocida, empleando el combustible líquido, de que nos habló el Dr. Schatz, incendiaba la sala de sesiones. (Van del Lubbe rompe a reír. Una risa contenida sacude todo su cuerpo. La atención de toda la sala, de los jueces y de los acusados se concentra en este momento en Van der Lubbe).
Dimitrov: (señalando a Van der Lubbe) El provocador desconocido se preocupó de todos los preparativos del incendio. Este Mefistófeles supo desaparecer sin dejar rastro. Y aquí sólo tenemos al "instrumento" estúpido, al pobre Fausto, pero Mefistófeles ha desaparecido... Lo más probable es que fuera a Hennigsdorf, donde se tendiera el puente entre Lubbe y los representantes de la provocación política, agentes de los enemigos de la clase obrera.
El Fiscal general Werner ha dicho aquí que Van der Lubbe es comunista; ha dicho también que, aunque no fuera comunista, ha realizado su obra en interés del Partido Comunista, o está en relaciones con éste. Es una afirmación falsa.
¿Quién es Van der Lubbe? ¿Comunista? ¡De ningún modo! ¿Anarquista? ¡No! Es un obrero desclasado, un lumpen proletario rebelde, un ser, del que se ha abusado, al que se ha aprovechado contra la clase obrera. ¡Pero Lubbe no es comunista! ¡No es anarquista! No hay en el mundo un solo comunista, un solo anarquista, capaces de seguir en el proceso una conducta como la que ha seguido hasta aquí Van der Lubbe. Los verdaderos anarquistas pueden cometer actos insensatos, pero ante los tribunales responden ellos y explican sus objetivos. Si un comunista hubiera podido realizar un acto semejante, no guardaría silencio en el proceso, cuando en el banquillo de los acusados se sientan hombres inocentes. No. Van der Lubbe no es comunista, ni es anarquista; es un instrumentodel que ha abusado el fascismo.
Ni el presidente de la fracción comunista del Reichstag, ni los comunistas búlgaros pueden tener nada de común con este hombre, con este instrumento del que se ha abusado, al que se ha aprovechado para dañar al comunismo.
Debo recordar aquí que, el 28 de febrero por la mañana, Göring publicó un comunicado sobre el incendio, diciendo que Torgler y Koenen habían huído del edificio del Reichstag a las diez de la noche. Esta noticia fue difundida por todo el país. En el comunicado se decía que el incendio había sido realizado por comunistas. Al mismo tiempo, no se seguía la pista de Van der Lubbe en Hennigsdorf. El individuo que se reunió con Van der Lubbe y pasó la noche en el asilo de policía de Hennigsdorf no fue encontrado...
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) ¿Cuándo piensa usted terminar con su discurso?
Dimitrov: Me propongo hablar una media hora más. Tengo que exponer mi opinión sobre este punto...
El Presidente: Pero no puede usted hablar indefinidamente.
Dimitrov: Durante los tres meses que duró el proceso, usted, señor presidente, me obligó infinidad de veces a guardar silencio, con la promesa de que a la treminación del mismo podría hablar extensamente en mi defensa. Ese momento ha llegado, pero pese a su promesa, restringe usted de nuevo mi derecho a hablar. La cuestión Hennigsdorf es de una importancia extraordinaria. Waschinski, el individuo que pasó la noche con Van der Lubbe, no ha sido encontrado. Mi petición de que se le buscase ha sido calificada de innecesaria. La afirmación de que Lubbe se había reunido en Hennigsdorf con comunistas es una mentira fraguada por un testigo nacional-socialista, el barbero Grawe. Si Van der Lubbe se hubiera reunido en Hennigsdorf con comunistas, hace mucho tiempo que este punto se habría investigado, señor Presidente. ¡Nadie se ha molestado en buscar a Waschinski!
La persona, que vestía de paisano y se presentó en la comisaría de Brandenburgo con la primera noticia sobre el incendio del Reichstag, no ha sido buscada y sigue hasta hoy sin identificar. La instrucción del sumario estaba orientada en un sentido falso. El diputado nacional-socialista doctor Albrecht, que abandonó el Reichstag inmediatamente después del incendio, no ha sido interrogado. Se ha buscado en las filas del Partido Comunista, y eso es un error. Eso ha dado la posibilidad de desaparecer a los verdaderos incendiarios. Ya se ha dicho: puesto que no hemos apresado, ni nos atrevemos a apresar, a los verdaderos culpables del incendio, hay que apresar a otros, a los "incendiarios suplentes", por decirlo así.
El Presidente: Le prohibo expresarse de esta forma. Sólo le concedo diez minutos más.
Dimitrov: Tengo derecho a formular y motivar propuestas sobre el fallo. En su discurso, el Fiscal general ha estimado que las declaraciones de los comunistas no merecen crédito. Yo no adopto una posición semejante. Yo no puedo afirmar, por ejemplo, que todos los testigos nacional-socialistas sean unos embusteros. Creo que entre los millones de nacional-socialistas hay también gente honrada.
El Presidente: Le prohibo semejantes ataques violentos.
Dimitrov: Pero, ¿acaso no es significativo que los testigos principales sean todos diputados nacional-socialistas y partidarios del nacional-socialismo? El diputado nacional-socialista Karwahne ha dicho que había visto a Torgler con Van der Lubbe en el edificio del Reichstag. El diputado nacional-socialista Frey ha declarado que había visto a Popov con Torgler en el edificio del Reichstag. El camarero nacional-socialista Hellmer ha afirmado que había visto a Van der Lubbe con Dimitrov. El periodista nacional-socialista Weberstedt dijo que había visto a Tanev con Lubbe. ¿Qué es esto? ¿Una casualidad? El doctor Dröscher, que se ha presentado aquí, como testigo y que es al mismo tiempo redactor del «Völkischer Beobachter», donde firma con el nombre de Zimmermann...
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov) Eso no ha sido probado.
Dimitrov:... Ha afirmado que Dimitrov fue el organizador del atentado en la catedral de Sofia, lo cual ha sido desmentido, y que me había visto, al parecer, con Torgler en el Reichstag. Declaro con una certeza absoluta que Dröscher y Zimmermann son la misma persona...
El Presidente: Lo rechazo; eso no ha sido probado.
Dimitrov: El funcionario de policía von Séller citó aquí una poesía comunista de un libro publicado en 1925, para demostrar que en 1933 los comunistas incendiaron el Reichstag. Yo me permitiré también citar un verso del más grande poeta de Alemania, Göthe:
¡Abre los ojos a tiempo!
¡La gran rueda de la dicha
raras veces se detiene;
o te impones o te arrollan;
hay que ganar y mandar,
o someterse y perder,
o resignarse o triunfar,
o ser yunque o ser martillo!
Sí, el que no quiere ser yunque, tiene que ser martillo.
La clase obrera alemana, en su conjunto, no comprendió esta verdad, ni en 1918, ni en 1923, ni el 20 de julio de 1932, ni en enero de 1933. Los culpables de esto son los líderes socialdemócratas, los Wels, los Severing, los Brauns, los Leipart, los Grassmann. Claro está que ahora los obreros alemanes ya podrán comprenderlo y lo comprenderán.
Aquí se ha hablado mucho del derecho y de las leyes alemanas y yo quisiera exponer mi opinión a este respecto. Es indudable que en los fallos de la justicia están siempre latentes las combinaciones políticas del momento y las tendencias políticas dominantes.
El Ministro de Justicia, Kerl, que es un testigo competente para este Tribunal, dice lo siguiente:
«El prejuicio del derecho formalmente liberal consiste en afirmar que el culto de la justicia debe ser la objetividad. Ahora hemos descubierto también la fuente del divorcio entre el pueblo y la justicia, y de este divorcio, en resumidas cuentas, es siempre culpable la justicia. ¿Qué es la objetividad? En los momentos, en que los pueblos luchan por su existencia, ¿acaso conoce la objetividad el soldado que pelea en la guerra, la conoce acaso un beligerante? Los soldados y los ejércitos saben una sola cosa, tienen un solo pensamiento, conocen una sola preocupación. ¿Cómo salvar la libertad y el honor? ¿Cómo salvar a la nación?
Es evidente, pues, que la justicia de un pueblo, que lucha a vida a muerte, no puede prosternarse ante una objetividad muerta. Las medidas del tribunal, de la acusación y de la defensa deben estar inspiradas exclusivamente en una sola consideración: ¿qué es lo que implica esto para la vida de la nación? ¿Qué es lo que salvaráa al pueblo?
Pero, la objetividad invertebrada, que significa estancamiento y, por tanto, fosilidad, divorcio con el pueblo, no. ¡Todos los actos, todas la medidas de la colectividad, en conjunto, y de cada persona, por separado, deben subordinarse a las necesidades vitales del pueblo, de la nación!»
Por consiguiente, el derecho es un concepto relativo...
El Presidente: Esto no concierne al tema, formule usted sus peticiones.
Dimitrov: El fiscal general ha pedido la absolución de los acusados búlgaros, por falta de pruebas. Pero esto a mí no me basta, en modo alguno. La cuestión dista mucho de ser tan sencilla. Esto no descartaría las sospechas. No, durante el proceso se ha demostrado que nosotros no tenemos nada que ver con el incendio del Reichstag. Por eso, no hay margen para ninguna clase de sospechas. Nosotros, los búlgaros, como igualmente Torgler, debemos salir absueltos, no por falta de pruebas, sino porque nosotros, como comunistas, no hemos tenido, ni hemos podido tener, nada que ver con este acto anticomunista.
Pido que el fallo sea el siguiente:
1) El Tribunal Supremo debe reconocer nuestra inocencia y la acusación debe ser desechada como falsa, en lo que concierne a Torgler, Popov, Tanev y a mí.
2) Que se considere a Van der Lubbe como un instrumento utilizado en daño de la clase obrera.
3) Los culpables de la acusación injustificada contra nosotros deberán responder de esto ante los tribunales.
4) Que se indemnice por cuenta de los culpables la pérdida de tiempo, los quebrantos de salud y los sufrimientos soportados por nosotros.
El Presidente: El Tribunal tendrá, en cuenta éstas que usted llama peticiones al discutir el fallo.
Dimitrov: Llegaráa el día, en que estas peticiones se cumplirán con creces. En cuanto al esclarecimiento concreto del incendio del Reichstag y a la identificación de los verdaderos incendiarios, esto quedará, naturalmente, para el tribunal del pueblo de la futura dictadura proletaria.
En el siglo XVII, el fundador de la física científica, Galileo, compareció ante el tribunal de la Inquisición, que había de condenarle a muerte por hereje. Galileo exclamó resueltamente ante sus jueces con una profunda convicción: "¡Eppur si muove!" Y andando el tiempo, esta tesis científica se convirtió en patrimonio de toda la humanidad.
El Presidente: (interrumpiendo a Dimitrov, se levanta, recoge los papeles y se dispone a retiarse)
Dimitrov: Nosotros, los comunistas, podemos hoy decir, no menos resueltamente que el viejo Galileo:
"¡Eppur si muove!"
La rueda de la historia gira, marcha adelante, hacia la Europa Soviética. Y nadie conseguirá detenre a esta rueda empujada por el proletariado, bajo la dirección de la Internacional Comunista.
Ni mediante medidas de exterminio, ni con sentencias a trabajo forzado, no con penas de muerte. ¡La rueda gira, seguirá girando hasta el triunfo definitivo del comunismo!
(Por la fuerza los policías obligan a Dimitrov a sentarse en el banquillo de los acusados.
El presidente y el Tribunal se retiran para deliberar sobre la cuestión si es posible dejar a Dimitrov que continúe su discurso. Después de haber deliberado, el Tribunal regresa y declara que a Dimitrov se le retira la palabra definitivamente).

Fuente: Jorge Dimitrov, Obras Completas, Editorial del PCB, 1960
Jorge Dimitrov (Kovachevtsi, 1882 - Moscú, 1949). Político comunista búlgaro. Procedente de una familia obrera, comenzó su carrera política como activista y fue miembro fundador del Partido Socialdemócrata de Trabajadores Búlgaros, que más tarde pasó a llamarse Partido Comunista (1919). En 1923 Dimitrov dirigió una sublevación comunista que fracasó. Exiliado en Berlín, Jorge Dimitrov fue detenido el 9 de marzo de 1933, acusado de provocar el incendio ocurrido en el Reichstag el día 27 de febrero de 1933, y se hizo mundialmente conocido por su hábil defensa. Absuelto, se instaló en la Unión Soviética y fue miembro del Soviet Supremo (1937-1945). Definió la nueva estrategia de los partidos comunistas denominada frente popular, que triunfó en Francia y España. Participó activamente en la Guerra Civil Española, en el bando republicano, donde colaboró en la creación de las Brigadas Internacionales, una de las cuales (la XI) puso el nombre de Dimitrov a uno de sus batallones. Al finalizar la II Guerra mundial, regresó a su país junto a las tropas soviéticas, y allí, una vez instaurada la república, presidió el nuevo gobierno y dirigió la implantación del régimen comunista, siendo desde 1946 hasta su muerte el jefe de Gobierno de la República Popular Búlgara.

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